15 de noviembre de 2011

Caminos Inescrutables

Mi extinguida vocación se cultivó en los albores de la infancia, en el ir y el venir de una familia tradicional de campo, amamantada por un fuerte fervor cristiano. La educación religiosa que recibí siguió con firmeza cada uno de los pasos que marcan los sacramentos. Me bautizaron en la cuna, tomé la comunión de niño y al final de mi adolescencia ingresé en el seminario, camino del porvenir del servicio al altísimo.

El vivir instalado en un ambiente tan marcado y sumamente complacido, recibir una formación estricta y el miedo y rechazo frente a lo prohibido, no me permitieron cuestionar a fondo el sentido de la creencia, y tan siquiera el de mi propia existencia. Así, supongo, pensaban mis abuelos, y así querían mis padres que lo aceptara yo. De esta forma labré mi compromiso, forjado con el celibato, mi unión con Dios, hasta que un día cambié el ostracismo seminarista y un plácido futuro como párroco por las clases de historia en un colegio de secundaria que la orden tenía en la capital.

De entrada tuve que aceptar la reciente irrupción del personal laico en el profesorado, en clara respuesta al escaseo vocacional de los jóvenes de mi generación. Algo más de esfuerzo me llevó quitarme el recelo que me causó el encontrar una compañera. La profesora emborronaba con una dulce caligrafía pizarras enteras con fórmulas trigonométricas y propiedades geométricas. Tenía un aspecto angelical, se la intuía decidida e inteligente. Era recatada al vestir. Recuerdo su falda larga y las tonalidades castañas de su largo pelo, firmemente fijado por una coleta. Su rostro era agradable y su sonrisa era capaz de iluminar la tormenta más negra. Esas tiernas facciones custodiaban una caja de sorpresas de la que yo iba a tener la oportunidad de ver, tocar e incluso paladear.

En mis primeras semanas, mi carácter retraído y el temor que siempre acepté naturalmente hacia el sexo femenino me apartaron de ella. Los tímidos encuentros en el pasillo me incomodaban, me alteraba sin premeditación y esquivaba como un resorte su mirada tras un insustancial hola y adiós. Aprendí con el tiempo a prever y evitar los fugaces momentos en los que coincidíamos, para alejar la tensión que me consumía. En los claustros, afortunadamente, no le cedía más de un asentamiento con la cabeza. Al contrario de lo establecido, mi plan de aislamiento corporal fue un impulso definitivo para que mis pensamientos se agitaran peligrosamente.

Al acabar de comer, tenía por costumbre bajar a un aula vacía para preparar las clases del día siguiente, revisar exámenes pendientes o recibir las siempre inoportunas dudas de los alumnos. En una de aquellas tardes, una intensa lluvia se apoderó del cielo, mientras en mí piel sentía una penetrante sensación de frío seco. De repente, mi corazón dio un vuelco al ver la entrada de una mujer toda empapada. Pensé que se trataba de la madre de algún alumno, pero rápidamente la reconocí. Su cabello liso había dejado paso a un indomable mar de rizos, y su rostro inocente dio paso a una sonrisa maliciosa, descarada, que se deleitaba cada vez más ante mi inseguridad. Quedé completamente paralizado, sin reacción, exhausto, con una sofocante, y hasta ahora desconocida, sensación de calor de la que me atrevo a reconocer como placentera. No opuse ningún tipo de resistencia, sus manos ya se deslizaban por mi cuerpo y su boca despedazaba sin compasión la mía. Sin haber mediado ninguna palabra, inmóvil, y aún temblando, la vi desaparecer del aula.
Esa misma tarde renuncié a mi puesto en el colegio y comencé un período de búsqueda en mí mismo que derivó en el abandono de mi ocupación religiosa.

En cuanto a ella, pensarás, cambió la compañía de los sacerdotes por la de las monjas. Cuando llevo a los niños al colegio, maldita coincidencia, recuerdo aquellos cabellos que ahora su hábito esconde mientras recibo cortante su indiferencia en respuesta a mi perspicaz sonrisa.

Visto lo visto, tendré que aceptar que el inescrutable camino marcado por Dios no siempre conduce hacia él.



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Fuentes de Inspiración:
Cuéntame Como Pasó
(serie).
Dolores Se Llamaba Lola - Los Suaves
(canción).
Imaginación, demasiada...

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