Entre
desconocidos, despojado de caretas, vanidades y falsas humildades, me presento
tal como soy, desnudo. Con la excitación de la primera vez y la inquietud de
saber si habrá una nueva oportunidad, discurre en mí una mezcla alborotada de
vergüenza, miedo y curiosidad.
Casi no puedo alzar la sonrisa en la mirada, ni esbozar un
brillo entre mis labios cortados, pero una corriente frenética discurre por las
venas que termina cristalizando primero en el bolígrafo y después en la
garganta en forma de palabras. De ella nace un torpe hilo de voz que busca
fenecer en oídos ajenos a cambio de efímero calor y sorbos de otros chorros de
voz, de los que calan los huesos e inundan el alma.
Ofrezco mis manos vacías de todo y llenas de borrones de
tinta, ávidas de ser cubiertas con expresiones que sólo ellas son capaces de comprender.
Espero al complejo enredo de dedos, hundirme entre heridas que encierran
batallas libradas al anochecer y vencidas al albor de ver amanecer.
Mis pies tiemblan al intuir miles de caminos y apuntan cada
uno hacia una incertidumbre distinta. Los intento fijar en este punto, en la
imaginaria realidad. Estoy acostumbrado a burlar a la verdad, la mentira y si
es preciso a mí mismo. Entre tanto, mis vergüenzas se erizan sin discreción y
me recuerdan que nunca las pude encerrar entre rejas de razón.
Descubro en mi recorrido, lunares abandonados, cicatrices
que creí cerradas y bellos rincones que al olvidarlos se transformaron sin
avisar. Es en ellos donde vuelvo a recobrar la fe en mí y en este maravilloso
caos, donde me vuelve a fascinar el infinito universo que encierra un cuerpo
tan insignificante y tan pequeño.
El papel inerte se impregna de retazos de vida, lamentos que
buscan la manera de inmolarse, deseos que se desangran por convertirse en
realidad, pasiones ocultas que adolecen valor y mentiras que aspiran a ser verdad.
Los retazos encadenados a la imperfección conforman una apariencia cobarde a la
espera del implacable juicio de extraños que les situé entre la vulgaridad y la
trascendencia, enterrarse debajo la piel o permanecer bajo el suelo, entre la
vida y la muerte.
Y es entonces, cuando le encuentro el gusto a estar desnudo
entre desconocidos, pues, aunque destartalada, desorganizada y no llegue a taparme
del todo, siempre me cubre una manta de palabras.