23 de octubre de 2019

Lazos para la discordia


Dice un sabio cartagenero que "Tal vez una de las desgracias de España, y origen de tanto daño, es que demasiada gente sólo tiene amigos cuyas ideas y palabras se ajustan exactamente a las suyas". A lo que, debido a mi condición de paisano de nacimiento, me permito añadir que "Otra de las desgracias es la necesidad de legitimarse a costa de reprender al prójimo hasta el escarnio". Hablando del prójimo, cabe señalar el célebre Mateo 19:19, “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, que algún capítulo después eleva a uno de los grandes mandamientos entregado por Jesús a sus discípulos. Estos tres pasajes se combinaron en Alicante el pasado sábado, elevándolo a la categoría de paradigma de estos tiempos convulsos.

El equipo de balonmano femenino del colegio Agustinos, en el cual pasé varios años de mi juventud, tenía enfrente al de Gavà. Era el Día Internacional Contra el Cáncer de Mama, así que las jugadoras lucieron lazos rosas para visibilizar la enfermedad. Algunas jugadoras del equipo catalán tomaron la decisión de cambiar el rosa por el amarillo en la coleta de forma discreta. Sin que nadie diese mayor importancia a este último hecho, se procedió a jugar la primera parte del encuentro. Entonces, amparados por la legislación, los cuadros de mando tomaron cartas en el asunto y decidieron que el partido no se jugaría hasta que las jugadoras rivales se quitaran los lazos de la discordia.
Independientemente del contenido político que porten esos símbolos y lo que dicten las normas federativas al respecto –temas sin duda interesantes, pero que no son objeto de estas líneas–, este ejemplo se erige como un claro paradigma de lo que está sucediendo entre España y Catalunya. Uno más y, seguramente, no el último. Por un lado, tenemos a un colectivo que, avivados por un sentimiento de humillación, decide reivindicar y reclamar su soberanía. Este mantra pudiera ser rebatible de múltiples maneras con rigor, pero dentro del colectivo, liderado por la carroña política y mediática, impera una endogamia ideológica que convierte a la confrontación dialéctica en un campo anegado de barro. El sector unionista, en lugar de apostar por la conciliación y traspasar barreras con argumentos, prefiere echar mano de la maquinaria legislativa y judicial para apagar el incendio con más gasolina, humillando y reprimiendo si puede al independentismo. Cuando el bucle se reitera, el sector víctima ya dispone de un pretexto sólido para legitimar sus aspiraciones, generando un fervor que roza lo religioso. Mientras tanto, el sector que reprende se congratula al contemplar la eficiencia de su maquinaria. El choque de razones es cuestión de tiempo, siendo este una majestuosa consecuencia de la existencia de los guetos de opinión que se han levantado infranqueables a cada lado. Los que no estamos asociados a ninguno de estos dos sectores nos conformaos con ser tildados como enemigos para ambos bandos, aflorando paulatinamente la perplejidad y, después, la indiferencia.

En el caso que nos concierne, me fascina que un colegio cristiano, que se define y hace alarde de repartir valores como el amor al prójimo, el respeto al diferente y la solidaridad, sea capaz de aprovechar la coyuntura para responder a los lazos amarillos con lazos de odio y rencor. Pero no tienen nada que temer, ni atisbo de duda en la decisión, puesto que esta será aplaudida y jaleada por sus acérrimos y medios afines. En cambio, se traducirá como frustración para esas chicas que, si no lo hacían ya, procesarán un odio ciego hacia todo lo que represente lo español. Para rematar, el colegio opta por hacer un flaco favor a su moralidad, la cual se muestra férrea, para mercadear con los acontecimientos en los medios de comunicación. Mediante información debidamente deformada y desviada hacia la lucha contra el cáncer –legítimo pero poco creíble–, se erige en héroe de una guerra por la carnaza para granjearse una medalla y un poco de publicidad.
Cabría preguntarse para qué ha servido este incidente, si ha tendido lazos entre sectores, si estos son los valores del deporte o si lo sucedido tiene algún tinte educativo.

Por fortuna, sólo soy un bocachancla que puede ser arbitrariamente cínico y despotricar sin afán constructivo. Esto tiene la desventaja de que estas líneas pierdan seriedad y sean tomadas a pitorreo o reprendidas con violencia por los que se jactan de la pureza de pertenecer al gueto. Sin embargo, la ventaja es que me puedo despedir pidiendo coherencia. Cuando en clase de religión o en misa recuerden la célebre cita de la Biblia, espero que lo hagan tal y como la aplican: "Humilla a tu prójimo como a ti mismo". Amén, a menudo llueve.

Fotografía tomada en @CDAgustinos.

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