Ryan CB2Z admiraba las vistas desde un
habitáculo solitario de un flamante restaurante de suspensión transitoria. El medidor
de emociones le indicaba que su nivel de regocijo estaba en un estatus supremo al
contemplar los monumentos recién instalados en la megaciudad de New New York. En
aquel momento el restaurante sobrevolaba a escasa velocidad la zona oeste, en
la cual estaban situadas, temporalmente, la Torre de Pisa, proveniente de la
Edad Media, la Torre Eiffel, de la Contemporánea, y la Torre de la Hecatombe,
de finales de la Apocalíptica y comienzos de la Definitiva. Aquel escenario era
el mejor posible para una cita de esas características. Estaba a punto de
conocer a su verdadero amor y el medidor avisaba que su nivel de nerviosismo ascendía por momentos.
A sus 48
años, Ryan CB2Z había decidido dar el paso. Atrás quedaba su etapa de poligamia
desaforada, en la que se había relacionado de manera efímera con multitud de
féminas de carne y hueso y algunas otras robóticas de primera y segunda
especie. Se sentía vacío, solo en el mundo y su única esperanza era la de pasar
los últimos 75-76 años que le habían pronosticado en su anterior análisis con
la misma compañía. Era esta una práctica casi extinguida, pero habitual en el
humano antes de la Edad Apocalíptica.
Ryan había acudido a una de las sedes del OmniMinisterio de Relaciones
Internas y Derivadas para someterse al test de idoneidad, previa extracción y
análisis del hipotálamo y donación total del cabello. El resultado había
arrojado una compatibilidad del 99,95% con la persona con la que se comprometía
a pasar el resto de sus días, Darly LH96, la cual estaba a punto de hacer
estallar su nivel de impaciencia. No se trataba de una tasa muy alta, pero
estaba dentro del rango casi idóneo, recomendado para establecer una familia de
tres hijos humanos y uno robot, asentarse en un apartamento de cerca de 40
metros cuadrados, así como comprar un utilitario en suspensión de mínimo dos
siglos de antigüedad.
De
repente, se atenuó la luz del habitáculo y comenzó a sonar una melodía de
violines estridentes. Ryan apretó el botón de autoajuste del traje, aromatizó
su boca con esencias de imitación de menta y tomó una bocanada de aire tratando
de mitigar la creciente taquicardia. Un tipo ataviado con un traje idéntico al
de Ryan hizo su entrada de manera segura. También tenía en común el tono de
piel blanquecino, la escasez de cabello, la mediana altura y la marca, modelo y
generación del medidor de sensaciones. Solo el color de los ojos era diferente:
amarillo el derecho y rojo el izquierdo frente a amarillo y naranja rojizo.
–¿Ryan
CB2Z? –preguntó sonriente.
–Sí, soy
yo…–contestó sin esconder su extrañeza–. ¿Nos conocemos?
–No, hemos
venido aquí para conocernos –dijo tendiéndole la mano–. ¿Qué tal? Soy Darly
LH86, tu pareja casi perfecta, el resultado del test de idoneidad. En resumen, la
compañía que vas a tener el resto de tu vida. Oh querido, eres mucho más
atractivo de lo que había imaginado.
–Disculpa
Darly, debe tratarse de un error. Soy…
–¿Unisexual?
No te preocupes, a mí también me gustan las mujeres sin distinciones de
especie. Pero el resultado del examen es inapelable, somos la pareja más idónea
y en breve hemos de disponer nuestra unión. El funcionario temporal comentó que
la próxima semana podría celebrarse la ceremonia.
–Sí… La
tasa de error del test es ínfima, solo que… ¿Darly?
–Despierta,
cariño, vives anclado en el pasado. En New New York la mayoría de seres tienen
nombres unisex y uniespecíficos.
–Ya, pero
siempre he pensado que serías una…
En aquel
instante el restaurante se suspendió cerca de la Torre Eiffel, donde se
proyectaba una imagen de ambos y un mensaje de felicitación por el encuentro y la
futura unión. Acto seguido se reflejaron fuegos de artificio con las letras que
componían sus respectivos nombres y códigos de identificación. En la mesa se
abrió una trampilla por la que asomaba el festín: una colección de grajeas y
comprimidos de manjares tales como esencia de caviar del Mar Lunar I, sucedáneo
de chorizo de Pamplona y trufa de pelotero escarabajo cautivo. Dos gotas de
concentrado de vino tinto completaban la velada. A pesar de que el ambiente era
de su agrado y el banquete parecía apetitoso y en cantidad, Ryan no lograba
apaciguar su decepción, que se encontraba en niveles cercanos al máximo medible.
Ajeno a
los sentimientos de su prometido, Darly trató de romper el hielo mediante conversaciones
banales. Con un carácter entusiasta, expuso su rechazo al espolio electromagnético
del Cuásar 3C273, su conformidad en cuanto a la eutanasia robótica, además de su
preocupación por las últimas subida de impuestos en el recibo del oxígeno. Aquella
postura coincidía exactamente con la de Ryan. Ni él mismo hubiera sido capaz de
explicarla mejor. Era una muestra pequeña, pero suficiente para que se sintiera
más cómodo y así disipar la desilusión inicial.
–¿Por qué
decidiste que era el momento de unirte a alguien? –inquirió Ryan.
–Estaba
cansado de relaciones esporádicas, de limitar los sentimientos a apretar el
botón de meter y sacar muy rápido y después no saber nada más de la otra u
otras personas. Al final sientes la tristeza como una lágrima que cae en el
océano…
–…azul
marino, oscuro, el único color de los corazones sin esperanza. Eres la primera
persona que conozco que sabe de ella. ¡Es mi obra favorita!
Fue
entonces cuando Ryan tuvo pleno convencimiento de que sí estaba frente a su
pareja idónea y un pitido le indicó que por primera vez se habían detectado
pequeñas concentraciones de ternura en su mente, lo que los manuales extintos
denominaban principio de amor. Mientras tanto, de la trampilla ascendía el
postre: aromas a tarta de frambuesa. Se miraron a sus casi idénticos ojos
degustando el silencio. Era casi perfecto, sobraban palabras.
Los años
pasaron de forma fugaz. Gracias a los últimos adelantos quirúrgicos en materias
reproductivas intersexuales, Darly había podido dar a luz a trillizas de color
tostado, cabellera rubia y ojos de combinaciones del amarillo, rojo y naranja
rojizo de sus padres. Ryan, por su parte, adoptó un macho robótico de la protectora
para equilibrar el ambiente femenino del pequeño apartamento interfamiliar. Juntos
fueron muy felices: hacían excursiones a las recreaciones temporales de parques
y montañas de la Edad Contemporánea, veraneaban cerca de una playa recreada del
sexto satélite de Júpiter y de tanto en tanto se despegaban de sus dispositivos
electrónicos integrados para preguntar qué tal les iba y asentir cómo si
estuvieran escuchando.
Cuando
alcanzaron la mayoría de edad provisional, las trillizas decidieron marchar de
casa y emprendieron una gira como cupletistas por áreas de servicio de itinerario
de vuelo en alguna galaxia lejana. Aunque mandaban algún monosílabo afectuoso
en forma de mensaje instantáneo, nunca más volvieron a saber de sus queridos
padres. El robot masculino, cada vez más torpe y cansado, se acogió a la recién
aprobada ley de eutanasia robótica y después fue vendido como chatarra a un
amable mercader espacial.
Unos días antes
de que su esperanza de vida fuera a esfumarse, el nivel de inquietud de Ryan se
elevó repentinamente. De forma nerviosa, cavilaba vertiginosamente sobre sus
pensamientos y recuerdos sin lograr encontrar el motivo de su desasosiego. La
enfermedad lo había ido trasladando sigilosamente a las puertas del valle de la
derrota y el olvido. Por fortuna, el flamante recordador que le había regalado
Darly por su aniversario le ayudó a descifrar el objeto de inquietud.
–Nunca he
entendido por qué falló el índice de compatibilidad. Está claro que era mucho
mayor de lo que nos dijeron. Estábamos hechos completamente el uno para el otro.
Darly, tú y yo éramos, somos y seremos idóneos.
–Claro, Ryan
–respondió con un tono quebrado de emoción–. El problema es que en aquella
época el test de idoneidad aún tenía una pequeña tasa de error.
–Sí, es
posible –dijo mientras su medidor denotaba una desconfianza difícil de
disimular–. Fuiste un gran compañero y amante. Te echaré de menos, Darly.
Ambos se
fundieron en un beso lento, mientras de los lagrimales emanaba una humedad que se
fusionaba para reflejar claridad. Dicen que son en los últimos besos cuando el
tiempo se detiene y se logra ver el alma a través de unos labios.
Los restos
mortales de Ryan CB2Z aguardaban a ser triturados y convertidos en un busto
imperecedero, cuando Darly LH96 dejó sobre el cuerpo una copia física de aquel
archivo maldito de setenta y cinco años atrás. En él, se informaba del error del
test de idoneidad, dando el consentimiento oficial a anular la unión. Además,
les entregaban los resultados correctos y el nombre de sus respectivas parejas,
con índices de compatibilidad más elevados, prácticamente idóneos. Aunque las
decenas de años de engaño pesaban como losas en la consciencia de Darly, no se
arrepentía lo más mínimo de haber burlado a la razón de algoritmos y números,
haber hecho caso al corazón y haber llevado a la eternidad su relación.
Finalizado
el discreto acto de despedida de Ryan, con el busto en pie para recordarlo por
siempre, Darly se dirigió al centro de descanso eterno asistido más cercano.
Tal y como había leído en las novelas contemporáneas, apagó una vida que sin
Ryan ya no podía volver a ser casi idónea.
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