26 de diciembre de 2011

La Beatriz Nunca Fue A La Escuela


La Beatriz, la hija del Raimundo “El Colorao”, no fue nunca a la escuela. Cuando era niña, la oscuridad y el hambre se instalaron en la realidad que vivía. No quedaba tiempo ni pensamiento para el futuro, tan sólo para la subsistencia del día a día. Antes de salir a la calle a jugar con las demás zagalas del pueblo, su madre le advertía que no debía juntase con la Rosario, la hija del Juan “El Tieso”, y que si alguien le preguntaba por su padre, “El Colorao”, dijese que lo mataron en la guerra, que por eso vestía aquel destartalado vestido de riguroso color negro.


La Beatriz, aún chica, no sabía que en realidad su padre estaba más cerca de lo que creía. Raimundo “El Colorao”, como tantos otros, estaba escondido en la cueva de la Alacea, en plena sierra, a unos kilómetros del pueblo. Desde allí, aquellos hombres desposeídos trataban de buscar con la mirada el pueblo del que habían huido, la familia que habían abandonado, las ovejas que sin su protección habían devorado el hambre, el frío y los lobos, la aceituna y la almendra que habían dejado sin recoger ese año, el anterior y el anterior. Entre los compañeros de Raimundo “El Colorao” se encontraban Emilio “El Malasombra” o el que hubiera sido el maestro de la Beatriz, don Faustino.


Desde que don Faustino desapareció, nadie se había hecho cargo de la escuela, claro que, tampoco se había quejado ningún vecino. Los más acaudalados habían mandado a sus hijos a un internado, a un convento o a un seminario lejos del pueblo. Los demás tenían suficiente con callar y tuvieron que mandar a sus hijos a echarle de comer a los animales, a traer el agua del río, a quitar tallos, a limpiar broza, o, como el caso de la Beatriz, a vagar por la calle. Antes de la guerra, su familia tenía un modesto cortijo, con dos corrales, unos bancales con olivos y unos huertos. Después no les quedó nada, habían tenido que ir a vivir con la abuela. Sus pertenencias pasaron sin miramientos a manos de las nuevas fuerzas del orden, entre las que destacaba el nuevo alcalde, la máxima autoridad y a quien todos sus enemigos temían, Juan “El Tieso”.


Una de aquellas mañanas de invierno, la madre de la Beatriz tendía la ropa en las peñas mirando de reojo la sierra. Estaba inquieta, no sabía si el paquete que le dio a la mujer del Emilio “El Malasombra” le habría llegado ya a su marido. El pico más alto de la sierra estaba completamente blanco, y pensaba que sí en el pueblo hacía un frío que cortaba, en la sierra debía ser espantoso. Temblaba, pero no de frío, sino al recordar la última visita de Juan “El Tieso” a casa. Llegó apestando a licor y con una atroz sed de venganza. La arrinconó contra la pared y le dijo que ya sabía que el maricón de su marido estaba jugando al escondite por la sierra, y que muy pronto lo cazarían. Le susurró, mientras le acariciaba los pechos sin poder oponer resistencia, que estaba a tiempo de contarle donde estaba “El Colorao” y ofrecerle así un mejor futuro para la Beatriz y sus otras dos hijas. Para rematar, le juró que si colaboraba con las fuerzas de la ley y el orden, esas tierras, que sin más remedio les tuvieron que quitar, podrían volver a ser suyas.


En ese momento de escalofrío, escuchó las voces de la Beatriz, quien corría disparada hacia ella. Era aún pronto, no era la hora de comer, y sus hermanas no habían llegado todavía. Cuando llegó a las peñas, la Beatriz comenzó a gritar que sabía dónde estaba su padre, que estaba en la sierra. Inmediatamente su madre la espetó para que callara, por suerte no había nadie allí, y fueron a la casa. La Beatriz contó que su padre, Raimundo “El Colorao”, estaba en la cueva de la Alacea, que se lo había dicho la Trini, la hija del Emilio “El Malasombra. Al parecer éste último se lo había dicho a su mujer por carta, y ésta a la Trini. La madre de la Beatriz hizo un gesto de preocupación por la revelación de su hija, y le pidió que bajo ningún concepto lo debía mentar por la calle, porque sino los hombres de Juan “El Tieso” irían a buscar a su padre para matarlo. La Beatriz, a pesar de ser muy chica y de no haber ido nunca a la escuela, entendió perfectamente que cualquier revelación podría ser fatal, como la que le había hecho a la Rosario, su mejor amiga, la hija del Juan “El Tieso”, antes.


Tras la revelación de la Beatriz, su madre se fue derecha a la herrería, a ver a la mujer del Emilio “El Malasombra”. Allí encontró a Paco “El Herrero”, un hombre rudo e inmensamente gordo, quien estaba calentando el hierro en la forja. En seguida apareció su hermana, la mujer del Emilio “El Malasombra”, y se dirigieron hacia la casa de ésta. La madre de la Beatriz comenzó a gritar enfurecida, diciendo que no se podía jugar con algo tan serio, que no le podía decir nada a las zagalas, que eran muy chicas y podrían cascarlo, como ya había hecho la Trini con la Beatriz, y como ignoraban, que lo había hecho la Beatriz a la Rosario. La mujer del “Malasombra” le prometió que tendría más cuidado, le contó que el paquete había llegado bien a su destino, y le dio una carta, era de Raimundo “El Colorao”, su marido.


En la carta, le contaba que el frío y el hambre no habían llegado a acabar con él, pues el calor del recuerdo de ella, su amada, le daba fuerzas para seguir hasta el final. Le decía que se iban a unir a un grupo que había al otro lado de la sierra, ya en la parte de Jaén, para reconquistar el pueblo más pronto que tarde. Enseguida, la madre de la Beatriz se derrumbó y comenzó a llorar, descargando en su compañera toda la tensión, la soledad y el miedo que había acumulado durante este tiempo atrás.


Ya a la noche, en un fugaz instante, la emoción de la Beatriz y de su madre se transformó en el mayor de los terrores. Un instante tan fugaz como el que tardó Juan “El Tieso” en dar una patada a la puerta y abrir la casa de la abuela de la Beatriz. En ese momento, la Beatriz, la niña que nunca fue a la escuela, se acurrucaba entre sus dos hermanas. Su corazón dio un vuelco al oír la voz ronca del padre de la Trini, el Juan “El Tieso”, quien reclamaba a su madre. Sabía que a esas horas tan oscuras no podía tratarse de nada bueno, y se metió debajo de las mantas tapándose los oídos mientras las lágrimas cubrían su rostro.


Al otro lado, Juan “El Tieso”, completamente borracho, se tambaleaba eufórico frente a la madre de la Beatriz. Entre carcajadas contó que habían capturado al cobarde del “Colorao” en la cueva de la Alacea, en todo lo alto de la sierra, que lo tenía en el ayuntamiento junto al resto de rojos que estaban con él, y que como en el fondo era muy bueno venía para darle la posibilidad de estar un rato con él. En un movimiento reflejo, la madre de la Beatriz se revolvió, y echó a correr hacia el ayuntamiento.


Antes de llegar, en la plaza, un tumulto de gente la zarandeó mientras la escupían y le gritaban que era una roja y una atea. Un impulso de coraje, hizo que se zafase de las garras de aquella gente y consiguió entrar al ayuntamiento. Allí, su corazón se detuvo bruscamente. Tirados en el suelo yacían ocho hombres, todos con numerosas marcas de disparos y con sus camisas manchadas de sangre. Entre ellos reconoció a don Faustino, el que hubiera sido el maestro de la Beatriz, Emilio “El Malasombra”, quien estaba custodiado por su mujer, quien aullaba de dolor, y por Paco “El Herrero”, quien trataba de consolarla. No había rastro de su marido, Raimundo “El Colorao”.


En ese momento, Juan “El Tieso” la cogió y le dijo que pasara a la sala que tenía a su derecha. Por un momento su corazón volvió a latir a un ritmo vertiginoso. Pensó que Juan “El Tieso” le había dado la oportunidad de ver a su marido, y que en breves momentos podría estar con él, abrazarle, acariciarle y besarle por fin. Pero no hubo abrazos, ni caricias, ni tampoco besos, solo el amargo sentimiento que produce ver al ser querido muerto a tus pies, mientras descubres que su captor, el hombre que lo mató, te acaba de clavar en el alma la más cruel de las burlas, la más punzante de las cuchilladas, mientras ríe y se jacta diciendo que aquel colorín ya no podría volar nunca más.


Al día siguiente, la Beatriz, sus dos hermanas, su abuela y su madre, la única familia que le quedaba a Raimundo “El Colorao”, fueron a dar tierra aquella vida arrebatada, aquel cuerpo apaleado. No hubo misa, ni oración, ni pésames, sólo tristeza, lágrimas e impotencia, mucha impotencia. Tampoco hubo lápida, sino una marca en el suelo que la lluvia y el tiempo se encargarían de borrar. A unos metros, el mismo procedimiento fúnebre tenía lugar en torno al cuerpo del Emilio “El Malasombra”. Aún se podían considerar afortunados, pues a los otros seis nadie los reclamó y una hoguera de rencor transformó sus molidos huesos en polvo.


La Beatriz nunca supo nada sobre la macabra broma que el padre de la Rosario, su mejor amiga, le hizo a su madre. Pero, la Beatriz, sí que entendió que nada de eso hubiera pasado si no le hubiera contado nada a la Rosario, si no le hubiera dicho que su padre, Raimundo “El Coloroao”, no estaba muerto, como le había advertido su madre, sino que estaba escondido en la cueva de la Alacea y que le ehcaba mucho de menos y que lo que realmente quería era verle. La Beatriz tampoco supo que su amiga, la Rosario, le pidió a su padre, Juan “El Tieso”, que ayudara a la Beatriz a reencontrarse con su padre, que la cueva de la Alacea no estaba tan lejos y que él podría bajarle. La Beatriz tampoco supo que Juan “El Tieso” prometió a su hija que sí que lo haría, que el mismo se encargaría de que muy pronto se pudieran ver padre e hija. La Beatriz tampoco supo que Juan “El Tieso” le juró a su hija que cuando encontraron a Raimundo “El Colorao” ya estaba muerto, de frío, que él no lo mató.


La Beatriz, la hija del Raimundo “El Colorao”, nunca fue a la escuela. Nunca supo leer, ni escribir, ni contar, ni la interminable lista de los reyes godos. Después de la muerte de su padre, antes de salir a la calle, su madre le advertía de que no debía de juntarse con la Rosario, la hija del Juan “El Tieso”. Pero la Beatriz, todavía chica, no necesitó saber de muchas cosas, ni de escuelas, ni las advertencias de su madre, para que al llegar a la plaza, tras recibir la inocente condolencia de su amiga la Rosario, volvieran a jugar como si nada hubiera pasado, como si todo lo que nunca supieron fuera tan frágil como la vida, como si todo el odio que rezumaban sus familias fuera tan ligero como para volar y desaparecer por siempre.


Amar es perdonar, pero no olvidar.
A mis abuelas y abuelos, y a todas aquellas historias olvidadas…





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7 comentarios:

  1. Excelente y estremecedor relato, que nos recuerda una desgarradora realidad de nuestra historia.Y, junto a eso, muestras la realidad inocente de los niños, su bondad natural, que ha contribuído a superar los odios y deseos de venganza.
    Admiro tu capacidad para describir ambientes y personajes y trasmitir emociones.

    Mi felicitación por tan magnífico relato.
    Volveré a leer lo que vayas escribiendo.

    Saludos.
    Sinrima

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  2. Me alegro de que hayas disfrutado con este relato. Tristemente es así la realidad. Lo importante es que no lo olvidemos para no volver a caer en ello y para que ese sufrimiento sólo sea parte de un pasado cada vez más lejano. Será un placer recibirte por este lar!

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  3. Me ha sorprendido agradablemente encontrarte en La Crátera (Tertulia) en la que suelo participar.Me gustaría que tú también lo hicieras.Tus relatos están en sintonía con los del autor.
    Saludos.

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  4. Estupendo, divertido e interesante relato...!!
    felicidades Rafale
    sigue escribièndo....
    gracias.
    Feliz dìa.!!!

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    1. Espero seguir haciéndolo. Muchas gracias por tus amables palabras!

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