Era
aún demasiado cándido para el amor. Tenía catorce años. Mientras mis compañeros
perseguían traseros, yo pensaba en jugar al fútbol y, de vez en cuando, en
clases de física y matemáticas. Conforme se acercaba el 14 de febrero, una excitación
embriagaba el instituto. Se formaban parejas artificiales con tal de sentirse
querido por unos días. Aquel año, me tocó a mí. Sara, una de las chicas más
populares, me escogió. No podía negarme. De repente, sentí que me había hecho
mayor.
Al llegar a casa, vi a mi madre y
pensé que aquello de tener novia y de celebrar San Valentín no le haría ni
pizca de gracia. A mí tampoco, pero si rechazaba a Sara sería el hazmerreír del
instituto. “¿Qué podía hacer?”,
cavilaba. “La mataría durante el recreo,
aprovechando algún descuido”, me convencí.
Aquella noche no pegué ojo. Estaba impaciente
planeando la escena del crimen en mi mente. Acudí a clase con un cuchillo
jamonero y unos trapos sucios para limpiar los restos de sangre. En el patio
vigilé a mi víctima y cuando esta puso rumbo a los aseos, la seguí con paso
nervioso y el corazón desbocado. Al entrar saqué el arma. Temblaba tanto que
pensé que el que acabaría atravesado por el metal sería yo. Allí encontré a Sara
sentada sobre un banco de madera. No estaba sola. Se besaba apasionadamente con
Jorge, uno de mis mejores amigos. Avergonzado, tiré el cuchillo por el retrete
y escapé raudo de la escena del no crimen.
Tenía catorce años. Era aún
demasiado cándido para matar.
La mordedura destructiva de muebles y objetos es el problema de comportamiento más común de perros y cachorros. La mayoría de las veces el problema es algo normal y se soluciona fácilmente. Sin embargo, hay momentos en que este comportamiento se debe al dolor, el estrés o el aburrimiento.
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