16 de marzo de 2012

La Fuga


De nuevo volvía a la vida. Aquellas bocanadas corrían aceleradas por mi pulmón, devolviéndome una sensación olvidada, la sensación de vivir.

Sumida en la oscuridad vi pasar los días, angustiada bajo el olvido fui absorbiendo una noche tras otra. Mientras tanto, trataba de asomar el ojo a través de una línea de luz que delgada caía por la puerta. Por ella veía su dormitorio, casi siempre vacío y desordenado, sus calzoncillos esparcidos por el suelo, la cama revuelta y aquel libro que siempre permanecía anclado en la misma página. En ocasiones, también le veía a él. Le veía dormir, unas veces sólo y otras solamente acompañado; le observaba vestirse de etiqueta y desvestirse sin ella; a la noche le oía romper el silencio y a la mañana acurrucarse ante él. El más mínimo movimiento era alimento de mi pesar, un nuevo motivo que alargara el celo que me mantenía despierta.


Él sabía de mi presencia y no escatimaba esfuerzos por esquivarme la mirada. Disfrutaba buscando mis ojos cuando estaba con otras, saboreando con gusto mi rabia, tratando de hacerme recordar que yo también era una más de esas, de ansiar aún más el momento en que volveríamos a fugarnos. Tenía el control de la situación, y en consecuencia me tenía en su poder, sentía ser prisionera de su jaula de cristal. No podía replicar ninguna de sus acciones o chistar su impasible actitud. Sólo cuando él estimara oportuno yo tendría que estar allí, a su vera, dispuesta a satisfacer sus peticiones, a alimentar nuestro juego del gato y el ratón. Era una situación desesperante, sentía punzante en mi piel el dominio al que me sometía, pero a la vez ese vacío del abandono prolongado, ese ostracismo que te consume sin compasión.

El día que me devolvió a la vida era de frío intenso y lluvia salvaje. Escuchaba, detrás de la puerta, el violento repiqueteo de las gotas de agua contra el cristal de la habitación. En silencio fui comprendiendo cómo la negra oscuridad podía convertirse en un refugio seguro, concibiendo la fragilidad bajo el amparo de la luz cegadora, descubriendo cómo la calma y el miedo pueden permutar en un sólo instante. Ahí estaba él, empapado y sediento frente a mí. Con un rápido movimiento me sorprendió y me tomó contra su cuerpo. Con desesperación me llevó a su boca y lentamente noté cómo se avivaban todos mis sentidos aletargados. Mis carnes se endurecían con cada beso, mis labios abultaban firmes, mi piel radiaba tersa mientras un torpe temblor hinchaba mi alma vacía.

En un fugaz meneo me lanzó encima de la cama y en seguida noté su pecho descubierto apretando el mío. A pesar de haber deseado ese momento, quise gritarle con todas mis fuerzas que no quería más, que me dejara escapar, desaparecer de su alcance para siempre, pero no conseguí articular más que un suspiro entrecortado. Excitado me murmuraba que le pertenecía y que todo lo hacía por mi bien, que ya no estaba para estos juegos y que poco a poco me había convertido en un estorbo, en un trasto inútil. Quise llorar, aplacar su deseo con toda la impotencia acumulada, pero no pude, permanecí completamente inmóvil y callada. Entonces fue cuando se despojó de una vez, se abalanzó sobre mí y me cogió del trasero dispuesto.

De repente una violenta sacudida atravesó todo mi cuerpo. Se trataba de una fuga en el trasero, una boca por donde la vida se me escapaba. En cuestión de segundos todo el aire que había hecho de mí una figura flexible, resistente e irresistible había desaparecido, convirtiéndome en un montón de plástico apilado. Él bramó airado, sentenciando con un puñetazo en el colchón, y me apartó de la cama. Se enfiló hacia el armario para sacar otra como yo, una más de ésas, a la que devolver a la vida como había hecho conmigo. A pesar de mi deplorable estado, saqué fuerzas para observarle, mientras en mi lengua se derretía una mezcla de amargor y dulzor, saboreando la muerte y el alivio.

Al caer la noche, sentí la aspereza de los arañazos que acompañarían mi caduco destino, el tacto desgastado de lo inservible, el olor del abandono, las gotas de agua que se colaban por el resquicio del contenedor, el frío de las paredes de un vagón que camina parado hacia el fin y una voz familiar que despedía por siempre a su muñeca.





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Fuentes de Inspiración:
Donde Habita El Olvido - Joaquín Sabina
(canción).
Amor de Contenedor - La Fuga (canción).
Mi Novia Robot - Dr. Sapo (canción).

Muñeca Hinchable - Orquesta Mondragón
(canción).
Ahora Que No Me Ves - Despistaos
(canción).

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