De nuevo volvía a la vida. Aquellas bocanadas corrían aceleradas por mi pulmón,
devolviéndome una sensación olvidada, la sensación de vivir.
Sumida en la oscuridad vi pasar los días, angustiada bajo el olvido fui
absorbiendo una noche tras otra. Mientras tanto, trataba de asomar el ojo a
través de una línea de luz que delgada caía por la puerta. Por ella veía su
dormitorio, casi siempre vacío y desordenado, sus calzoncillos esparcidos por
el suelo, la cama revuelta y aquel libro que siempre permanecía anclado en
la misma página. En ocasiones, también le veía a él. Le veía dormir, unas veces
sólo y otras solamente acompañado; le observaba vestirse de etiqueta y
desvestirse sin ella; a la noche le oía romper el silencio y a la mañana
acurrucarse ante él. El más mínimo movimiento era alimento de mi pesar, un
nuevo motivo que alargara el celo que me mantenía despierta.
Él sabía de mi presencia y no escatimaba esfuerzos por esquivarme la mirada.
Disfrutaba buscando mis ojos cuando estaba con otras, saboreando con gusto mi
rabia, tratando de hacerme recordar que yo también era una más de esas, de ansiar
aún más el momento en que volveríamos a fugarnos. Tenía el control de la
situación, y en consecuencia me tenía en su poder, sentía ser prisionera de su
jaula de cristal. No podía replicar ninguna de sus acciones o chistar su impasible
actitud. Sólo cuando él estimara oportuno yo tendría que estar allí, a su vera,
dispuesta a satisfacer sus peticiones, a alimentar nuestro juego del gato y el ratón.
Era una situación desesperante, sentía punzante en mi piel el dominio al que me
sometía, pero a la vez ese vacío del abandono prolongado, ese ostracismo que te
consume sin compasión.
El día que me devolvió a la vida era de frío intenso y lluvia salvaje.
Escuchaba, detrás de la puerta, el violento repiqueteo de las gotas de agua contra
el cristal de la habitación. En silencio fui comprendiendo cómo la negra oscuridad
podía convertirse en un refugio seguro, concibiendo la fragilidad bajo el
amparo de la luz cegadora, descubriendo cómo la calma y el miedo pueden permutar
en un sólo instante. Ahí estaba él, empapado y sediento frente a mí. Con un
rápido movimiento me sorprendió y me tomó contra su cuerpo. Con desesperación
me llevó a su boca y lentamente noté cómo se avivaban todos mis sentidos
aletargados. Mis carnes se endurecían con cada beso, mis labios abultaban firmes,
mi piel radiaba tersa mientras un torpe temblor
hinchaba mi alma vacía.
En un fugaz meneo me lanzó encima de la cama y en seguida noté su pecho descubierto
apretando el mío. A pesar de haber deseado ese momento, quise gritarle con
todas mis fuerzas que no quería más, que me dejara escapar, desaparecer de su
alcance para siempre, pero no conseguí articular más que un suspiro entrecortado.
Excitado me murmuraba que le pertenecía y que todo lo hacía por mi bien, que ya
no estaba para estos juegos y que poco a poco me había convertido en un estorbo,
en un trasto inútil. Quise llorar, aplacar su deseo con toda la impotencia acumulada,
pero no pude, permanecí completamente inmóvil y callada. Entonces fue cuando se
despojó de una vez, se abalanzó sobre mí y me cogió del trasero dispuesto.
De repente una violenta sacudida atravesó todo mi cuerpo. Se trataba de una
fuga en el trasero, una boca por donde la vida se me escapaba. En cuestión de
segundos todo el aire que había hecho de mí una figura flexible, resistente e
irresistible había desaparecido, convirtiéndome en un montón de plástico apilado.
Él bramó airado, sentenciando con un puñetazo en el colchón, y me apartó de la
cama. Se enfiló hacia el armario para sacar otra como yo, una más de ésas, a la
que devolver a la vida como había hecho conmigo. A pesar de mi deplorable estado,
saqué fuerzas para observarle, mientras en mi lengua se derretía una mezcla de
amargor y dulzor, saboreando la muerte y el alivio.
Al caer la noche, sentí la aspereza de los arañazos que acompañarían mi caduco
destino, el tacto desgastado de lo inservible, el olor del abandono, las gotas
de agua que se colaban por el resquicio del contenedor, el frío de las
paredes de un vagón que camina parado hacia el fin y una voz familiar que
despedía por siempre a su muñeca.
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Fuentes de Inspiración:
Donde Habita El Olvido - Joaquín Sabina (canción).
Amor de Contenedor - La Fuga (canción).
Mi Novia Robot - Dr. Sapo (canción).
Muñeca Hinchable - Orquesta Mondragón (canción).
Ahora Que No Me Ves - Despistaos (canción).
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Fuentes de Inspiración:
Donde Habita El Olvido - Joaquín Sabina (canción).
Amor de Contenedor - La Fuga (canción).
Mi Novia Robot - Dr. Sapo (canción).
Muñeca Hinchable - Orquesta Mondragón (canción).
Ahora Que No Me Ves - Despistaos (canción).
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