Del
jabón diluido en agua nacen pompas que aspiran a echar a volar. Encierran
bocanadas recónditas que la brisa ajena mece con misteriosa intención. La
delicadeza del primer soplo establece la fragilidad de su envoltura. Su
carácter translúcido atrae las miradas de propios y extraños, mientras que sobre
ella se derrite una amalgama de colores que el ojo capta a su antojo. Suspendida
en el aire, la pompa se aleja y por sí misma constata su fugacidad.
La tensión interna, la presión de las corrientes o un
manotazo de realidad hace que lo inevitable acontezca. Mas nadie puede hacer
nada por ella, su insignificante carga en el aire se disipa. Y la película
jabonosa, junto con sus tonalidades caprichosas y su efímera fragilidad, calará
para, en algún momento, secarse.
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