Era
aún demasiado cándido para el amor. Tenía catorce años. Mientras mis compañeros
perseguían traseros, yo pensaba en jugar al fútbol y, de vez en cuando, en
clases de física y matemáticas. Conforme se acercaba el 14 de febrero, una excitación
embriagaba el instituto. Se formaban parejas artificiales con tal de sentirse
querido por unos días. Aquel año, me tocó a mí. Sara, una de las chicas más
populares, me escogió. No podía negarme. De repente, sentí que me había hecho
mayor.