Meses
después de regresar de Serbia, no sé aún por qué acabé en tan singular país. Aparte
de ser feliz, autorrealizarse y salir de la zona de confort, una de las
preocupaciones contemporáneas es elegir destino vacacional. Ha de ser exótico y
acogedor, que transmita su cultura a través de su gente y su gastronomía. Y, lo
más importante, que permita saturar de instantáneas las redes sociales. No
tenía claro si estas premisas se cumplirían en el caso de Serbia. A decir
verdad, más allá de sus recientes refriegas bélicas, sus hitos en el mundo del
deporte y las reminiscencias de tiempos pasados, del corazón de la antigua
Yugoslavia no encontré excesiva información. Incluso tuve que comprar la guía
turística en italiano. El atractivo del desconocimiento y el aislamiento, junto
a unos billetes de avión a precio razonable, me convencieron para recorrer
parte de los Balcanes en poco más de una semana.