Un día más, los rayos del sol se
cuelan en el centro de la habitación. Unos labios afrutados y dulces me
susurran que ya es la hora. Me estiro sin prisa, hoy me noto pleno de fuerzas
para encarar el día. Las noches son tranquilas aquí, el silencio sólo es interrumpido
por el susurrar del río claro, el aletear de los búhos y el rugir que proviene
de las montañas nevadas. Abro las ventanas y me dejo embriagar por ese paisaje
natural, por ese pueblo de casas bajas que con calma se despereza. Desayuno y
cojo la bicicleta para ir al instituto. De camino, los comercios levantan sus
persianas, los mercaderes preparan sus puestos, los agricultores emprenden rumbo
a los campos y los últimos niños salen escopetados después de saciar su sed en
la fuente de la plaza. Señor profesor, señor profesor, usted también llega
tarde, me dicen mientras les sonrío. Quizá a tu lado, quizá en una época pasada, quizá en un
sitio que nunca existió están mis sueños.
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