Decidieron
follar porque no cabía otra posibilidad. Decidieron follar porque no podían aguantar
más.
Salieron a devorar la noche con la cuadrilla de siempre: una
tribu esclavizada por el matrimonio, los hijos y el trabajo. Después de la cena
y alguna copa de más, se fueron quedando solos. Ella, la mujer desbordante,
hablaba sin parar. Él, el hombre dócil, escuchaba con una atención que se desvanecía
entre divagaciones manidas. No quedaban garitos donde ir, tampoco excusas que inventar.
Caminaron sin rumbo aparente, dejándose llevar por la intuición. Con disimulo engañaron
al azar y sus pasos acabaron en el portal del apartamento de ella. Tras una
mirada sin fin, se hizo el silencio eterno de la despedida. Empujada por el
alcohol y ese fuego que le prendía antes de ir a dormir sola, le pidió que la
besara y que subiera.
Al quitarle el sujetador, el improvisado amante recordó su
cuerpo de niña, espigado y frágil. La había visto crecer, cómo se habían
formado aquellos pechos redondos, pequeños, que ahora reclamaban sus cuidados. De
ellos sobresalían unos pezones rosados, abultados, erizados por la excitación.
Evocó la decepción que había experimentado al escuchar, años atrás, a alguien
que presumía de haberlos degustado. Había imaginado su forma, su tacto, su
aroma, tantas veces que no podía creer que su saliva los empapara. Aunque le
temblaban las manos, se esforzaba por acariciarle las tetas con delicadeza una
vez y otra vez, avivando en su amiga una mezcla de expectación e impudicia.
Cuando sintió que los labios danzaban sobre su cuello, la hembra
salvaje bramó liberando una sensación de alivio. Nunca había fantaseado de
forma especial con él, pues era sólo su refugio, su fiel desahogo. En cambio, sentía
que era suyo, que ella era la única mujer que podía juguetear con él. Estaba
convencida de que ese polvo era inevitable, una cuenta pendiente entre amigos que
antes o después, cuando ella dispusiera, tendrían que saldar. La aspereza de aquel
tacto viril se deslizaba por sus delicados muslos y el cosquilleo se propagaba cálidamente
hacia el centro de su pelvis. Respiraba cada vez con más intensidad y se contoneaba
en la cama con dulzura. Le encantaba que las miradas se derritieran por su
cuerpo, le excitaba que la observaran desnuda.
A tientas probó a arrebatarle
las bragas, pero ella, como un resorte, le apartó la mano. Le pidió que se
tumbase y así poder sentir toda su piel. Se miraron fijamente y el caballero
inseguro descubrió que ella ansiaba más placer. Quizá no podría darle lo que
quisiera, quizá no estuviera a la altura, pensó. Se le abalanzó poseída y
enseguida sintió cómo una lengua bulliciosa recorría su cuerpo. Con destreza ella
liberó su pene del calzoncillo. Estaba completamente erguido, con el glande al
descubierto. No quería abrir los ojos y encontrarla allí. No podía concebir que
su amiga tuviera aquella maestría y esmero con la boca. Para él no tenía
secretos, sin embargo, no se recreaba contándole sus destrezas en la cama. De
repente, le pidió que parara, estaba a punto de correrse.
A la dama dominante le ponía muy caliente comprobar que sus
técnicas eran infalibles. En un alarde de ternura, se apegó a él sonriente,
cogió su mano y la guió despacio hasta meterla debajo de sus bragas. Mordió su
oreja susurrándole que era su turno, que estaba muy cachonda. Como sospechaba,
no era especialmente ágil con los dedos. Le tomó la mano y juntos, con
suavidad, esbozaron círculos alrededor de su clítoris. Siempre había hecho de maestra
para su amigo, desde hacer una raíz cuadrada hasta cómo preparar una buena tortilla,
desde que llevaban babis hasta ahora que estaban completamente desnudos.
Le costaba tiempo aprender, pero luego el inocente alumno era
capaz de superarla en exámenes o cocinar platos más sabrosos. Masturbarla no
fue una excepción. Se congratulaba al escuchar sus furiosos gemidos, al verla
retorcerse en espasmos, al comprobar que podía dominarla con tan sólo dos dedos.
Por primera vez, se sentía cómodo y el delirio lo desbordaba. Sus esfuerzos se
propagaban también por otros rincones, haciendo notar la humedad de su pene por
la cintura. Lanzado, le arrancó las bragas y contempló con fascinación el pubis
de su amiga. Estaba desierto, como la última vez, cuando descubrieron juntos
que los niños y las niñas no tenían la misma entrepierna. Sus labios
protuberantes, colorados, incitaban a adentrarse en su vagina.
La fiera sedienta le pidió que le metiera un dedo. Tras
comprobar que estaba dilatada y húmeda, le urgió a meter otro y a frotarlos con
fuerza hacia dentro, hacia fuera, y que presionara las paredes. Gemía descontrolada
mientras buscaba en su mesita un preservativo. En ese instante, miró a su amigo
y no lo encontró. Era un desconocido, un fulano. Uno más. Había pasado a formar
parte de su colección, la de tipos que se rendían a sus directrices del deseo y
luego desaparecían para siempre. Desobedeciendo su máxima de disfrutar el
momento, empezó a pensar en el después de aquel polvo. Amantes, amigos, enemigos,
esposos, novios o desconocidos, el abanico era extenso.
Le arrebató el preservativo a su amiga y se lo puso como una
exhalación. Su erección era imponente, pero, sobre todo, sincera. El imparable
cautivador se asombraba de sus propios progresos. Había conseguido asumir de
manera práctica lo que tantas veces ella le había aconsejado: vivir el presente
sin miedo, hacerlo antes de arrepentirse, ser uno mismo y obviar el juicio de
los demás. Se posó de nuevo sobre sus pechos, preparado para penetrarla, y descubrió
en el rostro de ella un sentimiento que conocía a la perfección: la inseguridad.
–¿Amigos? –dijo ella con voz temblorosa conteniendo su pene.
Se quería asegurar, no se fuera a quedar si amante y sin amigo, muy bien narrado el paso a paso.
ResponderEliminarGracias por leer Amparo. Un placer!!
EliminarOstras,,,, Rafael. Subito de tono, pero con una mezcla de dulzura y de sexo sin tapujos: muy interesante eso jaja. Mira que dije a un amigo que difícil que haya relatos simplemente eróticos que sean buenso XDXDXD... No me hagas estas cosas; además, es que me recuerda a algo personal.... Es la primera vez que leo tu blog, y no ha estado mal hacerlo. Buen relato.
ResponderEliminarA veces es mejor ser sincero, pero puedes perder a quien quieres... Yo personalmente siempre seré el amigo antes que nada, pero, claro, estas cosas... Es corazón o inteligencia, cosas jodidas.
Un saludete de Samuel.
Buenas Samuel. Gracias por pasarte, leer y comentar. Bueno, el tema del sexo es que al final es un vehículo para contar una historia. El problema es que muchas veces se peca en el género de que el sexo es la historia, y bueno, para eso mejor practicarlo o verlo...
EliminarMe alegro que te haya gustado darte una vuelta por aquí, las puertas están abiertas!!
Definitivamente un buen relato... y el final de infarto, de esos finales que dejan mucho para pensar.
ResponderEliminarSupongo que es apetecible pensar en cómo quedará la relación después de este gustoso incidente. Apuesto a que volverán a encontrarse, aunque la amistad se diluirá... Si es que alguna vez la hubo.
EliminarMuchas gracias por leer y comentar. Un placer!
Me ha gustado mucho el relato, Rafael, muy erótico, muy sensual, lleno de cavilaciones y sentimientos. Aunque lo que más me ha gustado a sido el final, las dudas en el último segundo y en el momento justo... muy bueno ; )
ResponderEliminarIndependientemente de lo que venga por detrás, el final es un elemento con mucha potencia. Me alegra que te haya agradado. Nos leemos, saludos!
EliminarUn relato trepidante donde dos personas se de San pero tienen miedo me ha encantado
ResponderEliminarMil gracias por leer y comentar!
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