21 de diciembre de 2018

El Belén De 1992


En casa del niño Jesús, la Navidad solía ser una festividad sagrada literal y metafóricamente. Sus padres, María y José, se encargaban con sumo recelo de hasta el más pequeño de los preparativos. Desde noviembre hasta enero, el salón de su casa se transformaba en una recreación fidedigna del tradicional portal de Belén. No faltaba el pesebre, las balas de paja, la chimenea, el pozo, el río, el puente y los establos con ovejas, así como la icónica pareja que conformaban la mula y el buey. Al inicio los animales eran de carne y hueso, pero en cierto momento José se resignó a sustituirlos por réplicas de mármol ante las constantes quejas de los vecinos por los balidos, mugidos, bufidos, olores y hasta apareamientos entre ellos.

Cada veinticuatro de diciembre, José, María y Jesús pasaban la Nochebuena emulando el divino periplo que sus tocayos emprendieron hacia Belén, tal y como relataban las sagradas escrituras, además del icónico nacimiento del Mesías. Se ataviaban de los ropajes de la época e invitaban a otros familiares y amigos a hacer las veces de pastores, Reyes Magos, ángeles, Herodes y sus soldados. El papel del rey de Judea solía recaer en el tío Benito, quien exageraba su carácter tirano en el objetivo de apresar al recién nacido, debido a un exceso en el consumo de anís para disgusto de María y José. Más tarde la familia cantaba villancicos, acudía a misa del gallo y aguardaba con ilusión las siguientes navidades. Jesús, aún bien pequeño, le maravillaba profundamente la Navidad, podía sentir la cercanía casi física de aquel Dios al que adoraba.

Sin embargo, la Navidad de 1992 marcó un inolvidable punto de inflexión. En general aquel año supuso un antes y un después para un país atrasado que se lanzaba a la desesperada hacia la modernidad. Juegos Olímpicos, trenes de alta velocidad y exposiciones universales supusieron una transformación sin precedentes. Un proceso similar al que se había desencadenado internamente en Jesús por entonces, incentivado por el paso al instituto, las primeras espinillas, el descubrimiento del onanismo, la aparición de vello por todo el cuerpo y la disolución de su grupo de rock cristiano, donde cantaba y tocaba la guitarra solista, pues el batería y el bajista se habían marchado a una banda de metal budista.
Jesús era por entonces un chico muy despierto, de los alumnos más brillantes de su clase, un prodigio para el álgebra, pero también para la retórica y los idiomas. También poseía una curiosidad incontrolable. Por medio de un primo mayor, cayó en sus manos un libro titulado Las Religiones Te Comen El Tarro, un ensayo visceral que cuestionaba el papel que habían tenido las creencias religiosas en la historia de la humanidad. Aunque aquella obra tuviera una mirada superficial y una latente falta de rigor, Jesús comenzó a familiarizarse con una serie de ideas y argumentos muy contrarios a los que había escuchado en casa. A raíz de otras lecturas y el gusto que encontró en hacer rabiar a su padre, empezó a sopesar la posibilidad de que parte de las tradiciones y dogmas que conocía fueran erróneos, no tuvieran fundamento o se trataran de puro folclore. Ante tal desapego y desilusión decidió que no celebraría la Navidad nunca más. No contento con no participar en ella, pensó en animar al resto de compañeros, amigos y familiares a que siguieran su ejemplo.
Para evitar una nueva Navidad en casa, Jesús cogió todas las figuras y elementos decorativos y los lanzó a los escombros a escondidas de la familia. Su padre José pensó que había sido obra de los vecinos, de quienes creía que no eran más que unos envidiosos pecadores, y renovó todo el decorado a cambio de trabajar unas horas extras en la oficina. “La Navidad es sagrada”, decía. Mientras tanto, Jesús se dedicaba a difundir sus nuevas creencias por todo el instituto. Predicaba discursos incendiarios contra los poderes eclesiásticos, así como contra el consumismo que entrañaban fiestas como la Navidad, que no era más que una herramienta del capitalismo para aborregar y adormecer a la sociedad. Una de sus homilías más recordada fue la Parábola del Obrero. Ebrio por la admiración y atención que despertaba entre sus discípulos, impulsó una campaña para que ningún compañero celebrara las fiestas navideñas y para que todos quemaran los regalos en una fogata como señal de protesta. Los profesores decidieron poner freno a la escalada de radicalismo de Jesús castigándolo frecuentemente por alterar el orden del instituto. Sin embargo, el joven mesías insistía en la idea de que había que amar también a aquellos pobres profesores, valedores de lo público y víctimas del sistema corrompido.
Al enterarse de las acciones de su hijo, José se sintió especialmente decepcionado. Entonces empezó a considerar la opción de escarmentarlo con una crucifixión por renegar de la verdadera fe, pero, para su disgusto, descubrió que era una práctica que ya no estaba bien vista. Tras madurar la situación y estudiar más detenidamente a su oveja descarriada, José dio con una solución más pacífica y sutil. Cierto día, como había prometido al resto de sus discípulos, Jesús abrió el armario de sus padres para apoderarse de su regalo de reyes y ofrecerlo al fuego de la revolución como sacrificio. Cuando encontró allí una verdadera Fender Stratocaster con un cuerpo de madera maciza, que su padre José había comprado expresamente para él, se le cayó el mundo a sus pies. La situación era extremadamente comprometida, obligándole casi a decantarse por sus nuevas convicciones o por el placer de rasgar las cuerdas de una guitarra legendaria. Jesús se tambaleaba sobre su encrucijada y dijo para sus adentros, “Oh padre, ¿por qué me has traicionado?”.

Hubo belén durante la Navidad de 1992 en casa de Jesús. Aun con un ridículo asomo de bigote, éste volvió a hacer del hijo de Dios sobre el pesebre, cantó villancicos junto a su familia y asistió a misa del gallo. El día de Reyes, recibió su ansiada guitarra y estuvo tocándola hasta que no le llegaba más circulación a los dedos. María y José estaban felices tras haber reintegrado a su hijo al rebaño. A pesar de vivir unas navidades iguales a las anteriores, algo había muerto dentro de Jesús. No hubo milagro y la hoguera revolucionaria nunca prendió. El verdadero milagro, el de los billetes y los peces gordos, ya se había perpetrado años atrás y el Dios al que obedecía campaba a sus anchas. De esta forma el joven comenzó a centrarse más en los estudios, en labrarse un futuro y en temas banales como empezar a salir con chicas, desvirgarse, aprovisionarse de un buen perfume, ser popular y frecuentar las principales fiestas de la ciudad. La impetuosa curiosidad fue poco a poco diluyéndose entre la indiferencia y la vulgaridad.
Quizá Jesús no fuera el profeta ansiado. Quizá la sociedad no estaba preparada para la llegada de un nuevo mesías. Quizá ya estemos resignados a la ira de un verdadero Dios.


Relato incluido en el especial de Navidad del Boletín Papenfuss
Ilustración de Banksy

2 comentarios:

  1. Hola. Me ha encantatado tu relato y quiero darte las gracias de nuevo por este momento tan especial que me has regalado leyendolo. Esta muy bien planteado y si te soy sincera no se me hubiese ocurrido nunca relatar tan significativo dia desde este punto de vista tan particular y cercano. Es algo muy ingenioso sin dejar de tener grandes valores que no debemos olvidar. Tu prosa es muy original y buena. Mi enhorabuena y mejores deseos de un nuevo año para ti y tu familia. Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias Ana.

      Me alegra enormemente que te hayas tomado tu tiempo en leerlo y escribir un comentario. Estoy enormemente agradecido también que hayas visto el cierto fondo que se pretendía dejar.

      Comparto contigo mis mejores deseos. Salud!

      Eliminar