Mostrando entradas con la etiqueta Relato. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Relato. Mostrar todas las entradas

28 de enero de 2018

El Club de los 27


Se agotaba mi tiempo. Estaba cerca de alcanzar el punto crítico, de perder el último tren, de convertirme en el novio plantado frente al altar o la mujer a la que se le pasa el arroz. Tenía veintisiete años y acababa de darme de bruces con una realidad devastadora: mi existencia no había brindado ni una mísera contribución destacable a la humanidad. Es más, se podría afirmar que mi persona era totalmente prescindible, fruto de esa extraña convención de dejar vivir sin pedir nada a cambio.

14 de octubre de 2016

Colaboración con Athalía La Lía Magazine

Ha sido para mí un honor colaborar en el primer número de la revista digital Athalía La Lía Magazine, una idea dirigida y producida por la propia Athalía, Clara R. Sierra. En dicha iniciativa se han reunido un sinfín de escritores, blogers, propios y extraños en torno a la literatura. Podéis encontrar reseñas, artículos de opinión, relatos, poesía, entrevistas, artículos de música, arte y ocio.

Un servidor ha colaborado con el relato inédito Te Odio, que además cuenta con una ilustración de mi amiga Alba Brotons. El relato aparece en la página 51, la publ. Espero que les guste y lean el resto de la publicación. Espero que el proyecto tenga la continuidad y la difusión que merece. Aquí abajo les adjunto la revista.


"Te odio. Odio todas y cada una de las características físicas y psíquicas que componen tu persona. Odio tu nombre, tus apellidos y la fecha en que naciste. Odio tu rutina, tu trabajo, tus aficiones, tu ciudad y la gente que la habita. Odio a tu familia, a tus vecinos, a tus amigos y, también, a tus enemigos. Odio no ser capaz de desprenderme de ellos. Odio no poder huir de ti. Te odio. [...]"

31 de julio de 2016

La Superficialidad

La superficialidad no es una ilusión que
aspira a ser verdad. La superficialidad es una mentira
que a la luz de la verdad se convierte en una cuchilla”.
Anónimo Pensador

Comienza una semana como comienzan todas para Ana. Despierta envuelta en su delicado pijama de lino rosa y enciende su teléfono. Una sucesión de avisos y mensajes enloquece al aparato, iluminando el rostro liso de la joven. Contesta con una ráfaga veloz de clicks a las notificaciones procedentes de las redes sociales y con una aleatoria elección de emoticonos a los mensajes personales salvo a los de Ramón, al que, generosa, le dedica dos de ellos. En su fuero interno, Ana se siente satisfecha y sonríe.
Se encierra en el aseo durante una hora para someterse a una ducha, sesiones de cremas, alisado de pelo, maquillaje y perfume. Entre tanto, se ha enfundado en un vestido verde ajustado que le realza la silueta y deja entrever sus pechos. Se fotografía mirando el espejo desde un ángulo previamente estudiado. Cuelga la instantánea a la red acompañada de un mensaje que reza “A por la semana con energía y alegría”. Mientras devora una deliciosa tostada integral de queso de untar light y pavo bajo en sal, el teléfono móvil de Ana vibra sin cesar. Al otro lado de las vibraciones se agolpa un tumulto de conocidos desconocidos que sueñan con acostarse con ella, amigas que bendicen la apasionante vida de Ana y enemigas que se mueren de envidia por ser ella.

26 de junio de 2016

La Ciudad De Los Vuelos

Cuenta la leyenda que en las tierras del sur se encuentra la ciudad de los vuelos. Todo comenzó en uno de los primeros días de verano de hace muchos años. El intenso calor asolaba las calles, convirtiendo a estas en desiertos de la humanidad. Los ciudadanos más pudientes escapaban a las playas de otras ciudades cercanas, mientras que los que menos tenían se refugiaban en sus casas desde que asomaba el sol hasta que se ponía por completo.

Ante la falta de clientela, los comerciantes se veían abocados a cerrar sus negocios durante el estío y abandonarse a la ruina. Por su parte, los trabajadores del campo sufrían la ferocidad del verano, agravado por la falta de lluvias en invierno y primavera. La fruta estaba seca y carecía de cualquier tipo de sabor, las cosechas eran escasas y se preveía que las próximas no merecieran tan siquiera ser recogidas. También los animales de las granjas padecían en su piel la sequía y la constante lluvia de fuego. El canto de los pajarillos se había apagado en busca de otros lugares.

23 de octubre de 2015

Casi Idóneos

Ryan CB2Z admiraba las vistas desde un habitáculo solitario de un flamante restaurante de suspensión transitoria. El medidor de emociones le indicaba que su nivel de regocijo estaba en un estatus supremo al contemplar los monumentos recién instalados en la megaciudad de New New York. En aquel momento el restaurante sobrevolaba a escasa velocidad la zona oeste, en la cual estaban situadas, temporalmente, la Torre de Pisa, proveniente de la Edad Media, la Torre Eiffel, de la Contemporánea, y la Torre de la Hecatombe, de finales de la Apocalíptica y comienzos de la Definitiva. Aquel escenario era el mejor posible para una cita de esas características. Estaba a punto de conocer a su verdadero amor y el medidor avisaba que su nivel de nerviosismo ascendía por momentos.
A sus 48 años, Ryan CB2Z había decidido dar el paso. Atrás quedaba su etapa de poligamia desaforada, en la que se había relacionado de manera efímera con multitud de féminas de carne y hueso y algunas otras robóticas de primera y segunda especie. Se sentía vacío, solo en el mundo y su única esperanza era la de pasar los últimos 75-76 años que le habían pronosticado en su anterior análisis con la misma compañía. Era esta una práctica casi extinguida, pero habitual en el humano antes de la Edad Apocalíptica.

7 de julio de 2015

Vida Perra

Algunos de los pensadores más brillantes de todos los tiempos sostienen que la vida puede ser maravillosa. Sin embargo, muchos de ellos omiten que también la vida puede ser muy perra. Desde bien pequeños nos marcan una línea dirigida hacia el éxito y la felicidad, conceptos que vienen prefijados y encarnan acciones como estudiar una carrera, tener una pareja estable, hipotecarse, casarse, tener hijos, veranear en un cubículo minúsculo de Benidorm o Torremolinos y, finalmente, ser destripados por sus vástagos mientras el tiempo corre fuera de las ventanas de una paradisiaca residencia de ancianos, en el mejor de los casos. Nos dan unas pautas que se basan en el tener más y ser mejor que nadie, ¿pero qué hay acerca de la mediocridad y la frustración? Silencio, vacío. Nada.

Arístides Dichado sabía perfectamente lo que era la decepción profunda, vivir en desdicha continua y la lucha contra un enemigo invencible: la vida perra. Desde joven encaminó su existencia a ser un personaje grande. Entre algunos de sus proyectos estaba el de escribir libros trascendentales, ofrecer conferencias en universidades por todo el mundo, ostentar un cargo político de envergadura, perdurar por los siglos en los libros de historia, acostarse con modelos de generosos pechos, viajar a la luna, ir en bólido al trabajo y, como no, tener un mayordomo que le ayudara a vestirse por la mañana y que le masajease los pies a la noche.

16 de mayo de 2015

Singular Valérie

Los primeros rayos de sol se cuelan a través de la ventana para iluminar su figura bajo unas sábanas desgastadas que aparentan ser transparentes. Mira el reloj y sonríe: todavía quedan unos minutos para despertar. Tras una breve espera, las puertas del balcón se abren de par en par y aparece, como cada mañana, para dar los buenos días al mundo. Estira los brazos con dulzura realzando la firmeza de sus pechos mientras una brisa envuelve el resto de su torso desnudo. Un intenso color negro invade sus rizos salvajes propagándose por unas axilas pobladas y un sugerente pubis capaz de desquiciar a cualquiera. Hoy será un día maravilloso, parece musitar colmada de ilusión. Del tendedero recoge un uniforme blanco y unas bragas negras. Se viste y desaparece de mi vista.

No hace mucho tiempo que trabaja en el supermercado del barrio, sin embargo, Valérie pasa los productos a tal velocidad que los clientes no son capaces de embolsar la compra antes de informarles del importe. Aunque mantiene el tipo, se la intuye cierto nerviosismo cuando se forma una cola en su caja. En el desempeño de aquella tarea mecánica y rutinaria se la ve satisfecha. Se siente de utilidad y libre de preocupaciones innecesarias.

24 de marzo de 2015

Mientras Duermes

Mientras duermes yo te escribo; a ratos, me giro hacia atrás para observar si todavía estás o si, cuanto menos, quedan las cenizas de tu recuerdo sobre la cama. Creo ver tu cuerpo revolotear suavemente entre las sabanas y en la lejanía infinita diviso un rostro tierno deslumbrado por los reflejos de paraísos artificiales a los que sólo tú sabes cómo llegar.

Desenfundo mi exigua valentía ante el caudal de un río oscuro y denso que impregna cada uno de mis pensamientos, invitándome a surcar sus curvas, remolinos y cascadas con la promesa incierta de desembocar sobre el jergón de tus sueños. Me engalané para nuestro encuentro con delicada seda; escogí un perfume capaz de implorar a gritos tu presencia; y forcé hasta la extenuación la comisura de los labios. En cambio, el camino de pluma y tinta me va despojando de atuendos con los que cubrir mi esencia, las espinas de zarzales se incrustan en mi piel dejando correr pequeños afluentes de intenso rojo que emana vida y mis pies se hunden una y otra vez bajo el cenagal haciéndome caer, recordándome que no existe límite para mi torpeza y mediocridad. Mírame, soy despojo, soy pedazos que se arrastran hacia ti.

26 de enero de 2015

Turrón Duro

Una mañana de diciembre, Ramón se levantó de la cama empapado en sudor. Tenía el estómago revuelto y la respiración agitada. Estaba inquieto, algo más de lo habitual. No recordaba qué había soñado, sólo tenía la sensación de que algo malo le aguardaba. Enchufó su fiel transistor, la única compañía que le quedaba. Las noticias del día se entremezclaban con el rumor del agua corriendo sobre el lavamanos. El gobierno insistía en la recuperación económica mientras la corrupción carcomía todos los estamentos de la administración; los grandes estados preparaban una nueva estratagema con la que usurpar el petróleo de las naciones productoras; las fuerzas y cuerpos de seguridad expulsaban a montones de desgraciados que se habían jugado la vida en atravesar el estrecho… Nada nuevo, del sumidero al grifo y vuelta a empezar, caviló. El espejo reflejaba el rostro de un anciano cansado, colmado de arrugas y de mirada marchita. No se vislumbraban esperanzas, ni tan siquiera ganas de vivir.

En aquellas fechas, un año atrás, Dios le había reclamado a Marga, su Marga. Se había ido para siempre, de repente, sin signos de enfermedad, pero con el corazón corroído por la pena. Se fue sin darle la oportunidad de despedirse, sin dejar que le recordara que la quería, sembrando en él una amarga y eterna incertidumbre. Su ausencia le había producido un vacío que lejos de cerrarse crecía con el paso de los días. Cuando la recordaba quería maldecirla por haberle dejado solo, más solo, pero no podía. En el fondo sabía que había sido lo mejor, que era la única manera de descansar de tanta angustia. A Ramón le estremecía verla sufrir de aquella manera. Tuvo que aprender a esquivar sus pensamientos, sus desvelos, sus ojos y su presencia si quería continuar una lucha que empezaba a carecer de sentido.

11 de diciembre de 2014

La Hermandad Del Cálamo y El Chico Que Soñaba Con La Perpetuidad

Copas con restos de champagne y marcas de rojo carmín, confeti esparcido por el suelo y retazos de poesía marchita entre la ceniza anunciaban que la fiesta había terminado. Aunque intuía en qué condiciones, no sabía cómo había acabado detrás de la barra, ni tampoco cuánto tiempo llevaba durmiendo allí. Una fuerte resaca nublaba mis pensamientos. Y es que nunca aprendo, la suficiencia y la modestia no se pueden mezclar. No quedaba ni un alma y el salón estaba sumido en el silencio. Un cartel de colores anunciaba los ganadores del último concurso, evocándome la decepción que había sufrido al no estar entre los elegidos. Paulatinamente, fui rememorando los aplausos, los discursos, las felicitaciones y el desbarre.

Durante la gala, la mayoría de hermanos pasaron ante mí comentado que les había encantado mi creación, que tenía traza y una brillante carrera ante mí. En cambio, tan solo uno, el hermano iluminado de alas arqueadas, aquél que había creído ver cosas en mi texto que ni yo misma imaginé, me había dado su aprobación en forma de voto. De esta forma, no tuve más remedio que proyectar mi frustración tratando de agotar las reservas de licor presentes. Al no ser inmune a sus efectos, tras repetir la palabra enhorabuena con una lengua que se transformaba en trapo, mi verborrea se centró en una encarnizada crítica a los literatos de masas que inspiraban las obras galardonadas, alejándose del propósito de reinstauración clasicista del galardón. Mi actitud levantó ciertos recelos y una de las hermanas jueces tuvo que salir a poner paz justificando la holgura del concepto clasicista. Desesperada, ante la poca efectividad de sus argumentos, decidió enseñar un pecho para acallar el revuelo. Al fin y al cabo, aunque somos gente de exquisito paladar, a nadie le amarga un dulce.

3 de noviembre de 2014

El Día Del Amor Romántico

Nada más introducirme en la cápsula, reconocí la preciosa melodía que sonaba por los altavoces. Era nuestra canción, la que tantas veces habíamos cantado mirándonos a los ojos. Su pausada rítmica me transportaba a ella, mi amada. Un aroma a rosas frescas, combinado sutilmente con hipnóticos, inundó el habitáculo. En pocos instantes los somníferos hicieron su efecto y volé a ras de un sueño. Allí estaba ella, sonriéndome como un ángel, invitándome a acariciar sus delicadas manos, a embriagarme de su divina esencia. Rozaba su fina cara con delicadeza y en mí brotaba un sentimiento de ternura y felicidad. Nos miramos apasionadamente y sentí el calor recorrer mi cuerpo. Asintió para indicar que por fin podía. Yo era el hombre de su vida, el primero y el único que podría tomarla, confesó. Se posó sobre mí y me susurró hazme tuya, mientras su presencia se difuminaba entre mis brazos.

Tras un viaje de cuatrocientos kilómetros en poco más de cuarenta y un segundos, abrí los ojos aturdido. Previsiblemente por la incomodidad de los asientos de la clase subinfraeconomy, tenía el cuerpo completamente dormido de cintura para abajo, salvo la entrepierna, donde se vislumbraba una potente y fallida erección. Un par de operarios de la estación se presentaron entre gritos y abrieron las puertas de la cápsula. Mientras uno de ellos, desconocedor absoluto de la palabra higiene, me desabrochaba los cinturones que inmovilizaban todo mi cuerpo; el otro, catedrático de la melopea, se afanaba torpemente en suministrarme por vía todo tipo de estimulantes que me hicieron espabilar de golpe.

18 de septiembre de 2014

¿Amigos?

Decidieron follar porque no cabía otra posibilidad. Decidieron follar porque no podían aguantar más.

Salieron a devorar la noche con la cuadrilla de siempre: una tribu esclavizada por el matrimonio, los hijos y el trabajo. Después de la cena y alguna copa de más, se fueron quedando solos. Ella, la mujer desbordante, hablaba sin parar. Él, el hombre dócil, escuchaba con una atención que se desvanecía entre divagaciones manidas. No quedaban garitos donde ir, tampoco excusas que inventar. Caminaron sin rumbo aparente, dejándose llevar por la intuición. Con disimulo engañaron al azar y sus pasos acabaron en el portal del apartamento de ella. Tras una mirada sin fin, se hizo el silencio eterno de la despedida. Empujada por el alcohol y ese fuego que le prendía antes de ir a dormir sola, le pidió que la besara y que subiera.

Al quitarle el sujetador, el improvisado amante recordó su cuerpo de niña, espigado y frágil. La había visto crecer, cómo se habían formado aquellos pechos redondos, pequeños, que ahora reclamaban sus cuidados. De ellos sobresalían unos pezones rosados, abultados, erizados por la excitación. Evocó la decepción que había experimentado al escuchar, años atrás, a alguien que presumía de haberlos degustado. Había imaginado su forma, su tacto, su aroma, tantas veces que no podía creer que su saliva los empapara. Aunque le temblaban las manos, se esforzaba por acariciarle las tetas con delicadeza una vez y otra vez, avivando en su amiga una mezcla de expectación e impudicia.

2 de agosto de 2014

I.N.R.I.F.

Era una maravilla de la especie humana, un prodigio de la naturaleza, un crisol de bondades físicas y psicológicas, pero todas del revés. De la misma forma que encontrar a una persona que roce la perfección en todas sus facetas es un hito extraordinario y bello, el aunar todas las taras y calamidades habidas y por haber también resulta primoroso y poético.

Quizá influyó en su carácter temeroso el haber disfrutado de los veranos recluido en un oscuro aposento que el hombre del saco rondaba cada noche, quizá. Pudiera ser que sus inseguridades se fortalecieran por las burlas de compañeros y profesores del colegio, pudiera ser. Tal vez su salvaje fragancia corporal se viera afectada por los baños en turbios abrevaderos para ganado, tal vez. Es posible que su cojera, tartamudez, estrabismo, alopecia prematura y joroba; sus alergias, intolerancias y afecciones fueran un cruel regalo de Dios; pero el no haber recibido el más mínimo interés por aliviarlos, sin duda, convirtió a Bartolo en una maravilla monstruosa. Es posible.

De pequeño, sus padres se esforzaron por buscarle un buen porvenir tratando de encasquetarlo al primer postor. Cada mañana lo dejaban en la entrada del pueblo con un cartel colgado al cuello que rezaba “me cambian por un tractor con arado”. Más tarde redujeron sus pretensiones a una hornilla, un marrano, un transistor y un San Pancracio, hasta llegar a ofrecer sus propios huertos por ver feliz a su hijo lo más lejos posible. A pesar de que el chico no suponía un gran gasto –se alimentaba a base de restos de pienso y vestía con retales de sacos de patatas–, la familia estaba empeñada en albergar un burro en la cuadra que hacía las veces de cuchitril para Bartolo.

15 de junio de 2014

Sangre Roja

El día que los periódicos anunciaron el asesinato de su padre, Anna sintió una mezcla de tristeza y alivio. Era cuestión de tiempo que encontraran su escondite y lo liquidaran, tal y como habían hecho con tantos otros disidentes. Al despedirse por última vez, su padre le rogó desconsolado que le perdonara por haberla traído a este mundo. Era todavía una niña cuando Anna tuvo que escapar de su tierra y atravesar el crudo invierno tentando a la suerte. Desde entonces, había hecho de la huida su forma de vida. En un país distinto cada vez había dado cuenta de los atentados y suicidios que habían acabado con el resto de su familia.

Trataba de no arraigarse en demasía a las ciudades a las que llegaba. No solía entablar más relación de la necesaria para subsistir. Sólo con los enlaces que la cobijaban se permitía una palabra de más, pero, con el tiempo, Anna constató que cuanto más se alejaba de su tierra, los contactos se volvían menos fiables. En un par de ocasiones había desaparecido en medio de la noche a punto de ser entregada por un supuesto compañero. De esta forma, Anna creyó que era hora de comenzar a vivir y Florencia, donde se encontraba escondida desde hacía un par de semanas, parecía una ciudad idónea. La pareja de ancianos que la había hospedado en la ciudad aprobó la idea. Conocedor de sus prácticas, el anciano le comentó que el Régimen perseguía a los familiares de sus enemigos para suscitar su entrega, por lo que Anna, con su padre asesinado, no debía tener miedo. A fin de cuentas, no era más que una joven desterrada sin indicios de haber sido nunca una amenaza.

9 de abril de 2014

Luz Entre La Sombra

Envuelto en la oscuridad de medianoche, sumido en el susurro de la brisa de verano, embriagado por el elixir de la soledad, agarra las sogas para flagelarse la alegría, dejando que el porvenir se desangre hasta la extinción. Su piel rugosa libera placer al palpar el cuero gastado, su mente frágil se colma de alivio al notar el metal oxidado desgarrar dolor. Frunce el ceño y aprieta los dientes para sofocar esa sensación abrasiva que tan solo él es capaz de aguantar.

Desgrana la pena en recuerdos empolvados y esperanzas marchitas. Airea en murmullos entrecortados la angustia que lleva clavada en el alma. “No hay mayor desgracia que la que Dios me ha dado a sufrir. No hay mayor desgraciado que yo”, cavila acelerado.

El sudor empapa las arrugas que brotan de la frente, calando la camisa acartonada y los pantalones desechos que cubren una mustia desnudez. Sus ojos se agitan descontrolados y sus piernas marcan el ritmo de la locura. Los pensamientos corren frenéticamente, reproduciendo y expirándose a cada instante, apuntando hacia una única dirección: la muerte, la única salvación posible.


21 de septiembre de 2012

Delirios De Estraperlo

Una noche más, te encontré sumergida en la serenidad de mis sábanas. Desnuda, yacías en la guarida que nuestra pasión había ido forjando, un punto de encuentro para caminos divergentes, una manera de callar a la rutina y dar voz al placer. Allí los pesares desaparecían hasta el momento en que fuera consciente de que volveríamos a separarnos. Aquella noche, perdóname, llegué más tarde de lo habitual y para entonces el sueño se me había adelantado en tu conquista.

En silencio, me posé a tu lado y vislumbré cómo rincones de tu frágil cuerpo se asomaban para el disfrute de estos ojos de tonalidades lascivas. El destello de farolas hacía brillar tus muslos, los que con su penumbra esconden tu fruto prohibido, mi único alimento. Tu espalda, esa pradera infinita de suave tacto, reposaba curvada a la espera del frenesí de mis dedos. Aunque dormida, no podías borrar de tu rostro la ansiedad con la que anhelabas dejarte llevar por el más feroz de mis instintos, ése que ahoga mi angustia y desata tu bienestar. Tu boca entreabierta confiaba en prender la yesca que envuelve mis entrañas, avivando el calor que ferviente correría por mis venas. Aunque callada, tu actitud desafiante me pedía a gritos fenecer arrollada por el tren que mis caderas debían impulsar, ese que silba al entrar y salir del túnel, ese que espira blanca niebla al llegar a tu estación.


28 de agosto de 2012

Pasiva Complicidad


Siempre sospeché que la vida era un engaño. Ahora que voy por los seis años, puedo constatar que las sospechas se han convertido en realidad.

Con rabia e impotencia doy cuenta de que estos pasos son los últimos, de que la muerte pasea desafiante tras la puerta, de que el verdugo se muestra sin careta ni pena. No hay posibilidad de huir de esta cárcel, ni valentía para organizar un motín, sólo el deseo de que llegue el momento y que el primer balazo sea el certero. Irremediablemente ellos son los dueños del todo, rescribieron las leyes para erigirse en la cúspide y condenarnos a los demás a la esclavitud, a entregarnos como su alimento y su sustento, a ser un producto pegado a un precio y un código de barras.


21 de agosto de 2012

Frenéticos Desconciertos


Frenética Confusión

De nuevo rechazado y abandonado, decidí acudir solo a aquel garito perdido por un mar de calles desiertas de un polígono industrial a medianoche. Un grupo de jóvenes que sorbían una litrona en las escaleras me puso en sobreaviso de que ése debía ser el lugar del concierto. Nada más entrar me di cuenta del error. Las banderas que colgaban de las paredes estaban repletas de águilas bicéfalas, cruces celtas y demás parafernalia completamente opuesta a la que yo estaba acostumbrado. Entre el gentío que abarrotaba la sala predominaba el pelo rapado, las botas militares y algún que otro tirante. Por suerte, nadie dio cuenta de mi confusión. Tenía que salir de allí antes de que mi miedo llegara a alguna de aquellas narices afiladas.

En ese momento, un cuarteto armado de guitarras, bajo y batería saltó al escenario brazo en alto al son de un himno indescifrable que el gentío berreó mientras correspondían al saludo. Enfilé mi rumbo hacia la salida, pero un tipo del tamaño de un armario ropero me agarró y tiró de mi brazo derecho hacia arriba reprobando mi desconcierto. No tenía más opción que aparentar si pretendía salir de allí de una pieza. En acabar el himno, el batería dio una fuerte sacudida a la caja y noté como un violento impulso me empujaba al centro de la sala, donde aquellos skins se cobraban golpes animales. Intenté zafarme, apartarme de allí, pero en uno de los violentos movimientos mi chaqueta se abrió y apareció mi casaca de Reincidentes, que desgatada lucía la hoz y el martillo.

El Cajón De Las Pasiones


Invisibles para la mirada superficial, se reservan sus encantos para el sexo humeante. Concebidas para un arrebato de placer solitario, te seducen desde la esquina de un borrón ficticio. Hijas del fulgor hecho suspiro y la vesania ebria de lucidez, se retuercen caprichosas como la más puta de todas las doncellas, enigmáticas como la más estrecha de las plebeyas, sólo reales en un cajón que nadie cercó de fronteras. Un rincón que embriaga a cloaca y apesta a elegancia, con tacto de lija y envoltura de seda. Una guarida engalanada por los remates anárquicos y un orden que reina despiadado, donde los contrastes dan sentido a la vida y la muerte luce con alegría, de oscuridad al amanecer y madrugadas de claridad, de sombras que se tornan color y tintes que en tiniebla nacen. En ese demencial agujero, veo brotar la salida hacia mí y la entrada hacía ellas, noto cómo escapa el terciopelo y cómo se queda la aspereza. Allí, juego a domar el sueño y hacer salvaje la realidad, ironizo con lo falso  y me sobrecoge lo que cuentan que es verdad, trato de adivinar lo que algún día fue y a teñir de cierto lo que nunca vendrá.

10 de julio de 2012

La Adúltera


Desatado por la adrenalina, aún convaleciente por el esfuerzo de pelvis y glúteos, Juan se ajustaba los pantalones con una torpeza inusual en él. Tras diez años ejerciendo el noble oficio de vendedor de enciclopedias a domicilio, por fin había logrado experimentar en primera persona la fantasía por excelencia de todo buen profesional del sector. No sólo los vendedores, sino también los butaneros, los repartidores, los revisores del agua, los electricistas, los fontaneros, los instaladores de aire acondicionado, los mecánicos de televisores y hasta los testigos de Jehová han soñado alguna vez con quedar atrapados bajo las sabanas de alguna clienta en un efímero y placentero suspiro de lascivia. Sólo unos pocos eran los elegidos para romper la rutina del puerta a puerta, del rechazo en rechazo, para encontrar una respuesta de calor y pasión a una indecente e inocente proposición. Ahora Juan era uno de ellos.

Sus movimientos rápidos e inconexos, tratando de ajustarse la camisa a la vez que los zapatos, eran observados con diversión por su efímera, y ya extinta, amante, la cual yacía desnuda sobre la cama. Sus carnes caían onduladas por todo su cuerpo rosado, mostrando la salvaje naturaleza de una señora de las que se dice de bien, de las que aguardan las distancias con pudor y se distinguen por el saber estar en sociedad. Pero, de las que muerden y aúllan en distancias sólo salvables por la piel. Ya vestido e incorporado, Juan se acercaba con sigilo al borde del lecho para despedirse definitivamente, cuando ésta instintivamente saltó poseída.
–¡Es el ascensor!– bramó alertada por el traqueteo del motor–. Mi marido está a punto de llegar. Sal corriendo y entretenlo con alguna paparruchada mientras me visto.