La
indiferencia me brindó un cálido recibimiento en Austria. Fue en uno de esos
puentes fijados en el calendario para aflojar las cadenas del trabajador. Esparcimiento
en el que gastar los últimos céntimos del salario. Los algoritmos de los
buscadores de vuelos propusieron Viena como destino. Las plataformas destinadas
a compartir alojamientos turísticos ofrecían un techo económico. Me proponía
explorar culturas recónditas, conocer diferentes formas de relacionarse,
rastros de civilizaciones extintas, perderme en calles limitadas por
arquitecturas medievales y rodearme de desconocidos que se comunicaran en un
idioma indescifrable para mis oídos. Quizá pequé de idealista.