Vencido por el infranqueable designio
del destino, el joven Salvador es ahora consciente de que estos minutos
probablemente sean los últimos. Su triste suerte no altera la serenidad que,
desafiante, clava en los ojos del guarda que porta su nombre escrito en plomo.
A diferencia de sus compañeros de viaje, el joven no siente miedo, ni pena, ni tan
siquiera odio. Nada es capaz de sentir, su corazón se fue secando a la espera.
Atisbando el espectro del penal,
recuerda a Miguel, su querido profesor, y hasta ayer camarada. La pasada
medianoche yacía sentado en el mismo lugar que ahora lo hace Salvador, camino
de la tierra que da cobijo a sus huesos. Al bajar de la camioneta, el maestro se retorció horrorizado
pensando en que había arrastrado a su alumno predilecto a un cruel final, muy
alejado de los pregones de libertad e igualdad con los que le había seducido en
tiempos pasados. En el último resuello, se preguntaba si la carta
que había escrito llegaría a las manos de su destinatario, si conseguiría
asimilar a tiempo todo lo que hasta ahora le había ocultado. Ahora, muerto, aguarda
respuesta en una solitaria fosa el desgraciado reencuentro.
La densa niebla y la negra oscuridad ocultan
la camioneta de los hombres privados, ahogando sus pensamientos, despedazando
sus historias, todavía incompletas. Salvador ignora que una de las piezas que
le faltan para completar la suya, la pieza más importante, está custodiada por
el guarda al que firmemente sostiene la mirada. El frío sacude todos sus huesos
y el latido de su pecho se apaga a la espera. Mientras tanto, las robustas
manos del guarda acarician la carta de Miguel mientras debate la posibilidad de
dársela al joven antes del fusilamiento.
El traqueteo del motor se detiene en
un páramo que apesta a sangre derramada y a sed de venganza. Empujados por una
retahíla de soldados armados, uno a uno los hombres marcados van bajando del viaje
final. Todos menos uno. El cuerpo de Salvador yace apoyado en la barreta del habitáculo.
Su cabeza se inclina hacia delante, apuntando al suelo con los ojos entornados
y la boca entreabierta. Su corazón dejó de esperar, no conocerá el plomo que
lleva su nombre. Rápidamente el guarda se adelanta y sube a zarandearlo, sin
recibir respuesta alguna. La mano que acariciaba el papel le arde tan intensamente
como el miedo de privarle de su lectura, el temor de que la espera del joven se
haya agotado.
Acto seguido, dos soldados portan el delgado
y maltrecho cuerpo de Salvador, siguiendo el asustado deambular del guarda. Con
la débil luz de un candil busca la zanja donde reposa quien antes de morir le
dio el escrito que ahora le quema en el bolsillo. Al llegar al lugar, la mano
abrasadora del guarda se desliza sobre el pecho helado de Salvador, dejando la
carta cerca de su corazón. Súbitamente, los ojos de Salvador se abren de nuevo
brillantes por un instante, penetrando por última vez en la mirada del guarda. De
un seco empujón el cuerpo del alumno se posa encima del profesor, de su
camarada, mientras el barro sepulta por siempre el agujero del amargo
reencuentro, dejando para el olvido una historia por completar.
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Fuentes de Inspiración:
El Lápiz Del Carpintero - Manuel Rivas (libro).
El Lápiz Del Carpintero - Antón Reixa (película).
La Voz Dormida - Dulce Chacón (libro).
La Lengua De Las Mariposas - José Luís Cuerda (película).
La Tierra Está Sorda - Barricada (álbum).
Los Girasoles Ciegos - Alberto Méndez (libro).
Fuentes de Inspiración:
El Lápiz Del Carpintero - Manuel Rivas (libro).
El Lápiz Del Carpintero - Antón Reixa (película).
La Voz Dormida - Dulce Chacón (libro).
La Lengua De Las Mariposas - José Luís Cuerda (película).
La Tierra Está Sorda - Barricada (álbum).
Los Girasoles Ciegos - Alberto Méndez (libro).
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