Marcha Atrás
Como cada mañana, al despertar los primeros claros del día, entré puntual en
el autobús que va a la universidad. Tomé asiento en la parte trasera y saqué de
la mochila la última obra que había publicado Mendoza. Instantes después, al
pasar de página, mi lectura se vio interrumpida. Sentía como unos ojos
desconocidos me observaban, un fino hilo al que estaba conectada. Levanté con disimulo
la vista y rápidamente movió la cabeza hacia otra dirección. Se trataba de un
tipo arreglado, lucía una vestimenta estilosa y, a juzgar por sus canas, era un
hombre mucho mayor que yo. Su atractivo semblante y sus ojos azules me deslumbraron
de tal forma que un caluroso cosquilleo me cautivó. Esquivando la repentina
excitación, intenté refugiarme de nuevo bajo las páginas del libro. Él, por su
parte, volvió a centrar su atención en mi cuerpo en cuanto me creyó distraída.
Lentamente su mirada recorría cada recoveco, atravesando la estrecha barrera
que cubría cada centímetro de mi piel. Fue entonces cuando, sin previo aviso,
respondí atrevida clavando mis ojos en los suyos. A diferencia de antes, respondió
al envite con una sonrisa maliciosa aumentando la tensión que nos unía. Se
creía victorioso, sabedor de haber despertado en mí un deseo que su chocante
descaro, el infranqueable silencio y el inquietante misterio avivaban por
momentos.
Al llegar a nuestro destino, confeccioné la estrategia. Demoré la salida y aguardé
su reacción mientras custodiaba su aturdida reacción. Con torpeza se paró antes
de bajar y comenzó a rebuscar en el maletín un enser que maldecía haber olvidado.
Bajamos del autobús a escasos centímetros el uno del otro ignorando el cúmulo
de emociones que habíamos destapado, esperando con ansia a que uno hiciese el
gesto que desatara la guerra. De repente, sus pasos se detuvieron invitándome a
hacer lo mismo. Desafiante le miré mientras buceaba para encontrar la palabra
exacta. Cuando creí tenerla, una chica joven apareció por nuestra espalda y se lanzó
violentamente a besar con furia a mi fallido conquistador. Ajena a la escena y
mi implicación con la misma, reanudé la marcha con una calma que de un plumazo
mi cabeza se encargó de borrar. Una mezcla de bochorno y rencor ardía por todo
mi cuerpo impulsándome a maquinar una venganza fugaz, limpia y sobre todo
hiriente. Apreté con fuerza los dientes y cerré los puños a la vez que
recordaba furiosa aquella estúpida sonrisa que antes me había cautivado y que
ahora quería hundirle en el alma como un punzón. Me di la vuelta, le apunté y, en
un acto reflejo, volvió a esquivarme. Satisfecha, me invadió una reparadora
sensación de alivio y orgullo que en seguida me hizo sentir estúpida. Pero que tonta soy, pensé, riéndome de
mí misma.
Efecto Reflejo
Restaban dos paradas para llegar a mi destino cuando ella montó en la
concurrida línea 36. Era menuda, delgada y con una caballera rizada de tonalidades
morenas. Saludó con una radiante sonrisa al chófer, pasó con delicadeza el
bonobús por el lector y buscó con sus ojos marrones un hueco entre el tumulto
donde estaba yo. Para mi desgracia, al llegar, ignoró mi presencia y me dio la
espalda. Constaté para mi deleite como aquellos ajustados pantalones vaqueros
realzaban el esplendor de su firme trasero, formando una pronunciada curva que se
extinguía como por arte de magia bajo lo prohibido. Durante la parada anterior
a la mía, aproveché el trasiego de viajantes para instalarme sin reparos delante
de ella. Pude admirar como su fina piel, su pequeña nariz y sus apetecibles
labios formaban un conjunto ante el cual un hombre como yo no podía hacer otra
cosa más que sucumbir. Fue entonces cuando cayó a mis manos y sentí su delicado
tacto sobre el mío, el roce de sus sugerentes pechos contra el mío, el olor de aquella
fragancia que me embriagó hasta casi perder el sentido. Mis brazos la sostenían
con suavidad cuando abrió los ojos y penetró en mí su mirada evocadora. Percibí
como por un instante mis latidos dejaban de sonar, como de golpe el tiempo se
paraba junto a ella mientras el resto del autobús observaba con envidia nuestro
apasionado amor. Vislumbré las puestas de sol, los paseos de la mano, las
noches de sexo inagotable, su vestido blanco, el dulzor de la miel de nuestra
luna, una legión de niños que con furia traeríamos al mundo, las rencillas que
apagaríamos sin ropa, la mecedora en la que tejería mi abrigo y hasta el roble
con el que fabricarían el ataúd donde para siempre descansaríamos.
En cuanto el autobús acabó de tomar la curva, ella se recompuso
impulsivamente, premiando mi heroico gesto con un tímido gracias y volviendo a
ofrecerme la perspectiva de su espalda como si nada hubiera ocurrido. La acababa
de salvar de caer a ese suelo asqueroso, de ser el hazmerreír de todo el
autobús. Me había apiadado de su frágil complexión, había ofrecido mi fornido
cuerpo para amortiguarla, había arriesgado mi existencia por alargar la suya. Por
unos momentos había sido mía y así me lo hacía pagar, sorbiendo el amargo cáliz
del olvido. Al llegar a mi parada, dejé abatido el autobús. Escupí a mi suerte
mientras a través del cristal veía como la ingrata desaparecía de mi vista. Ahora
busco un hueco hondo dentro de mi mente donde poder enterrar su recuerdo aún
caliente junto al de todas las demás..
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Fuentes de Inspiración:
Juegos Ocultos - Barricada (canción).
Quiero Perderme - Barricada (canción).
Solo Quiero Tu Boca - Barricada (canción).
Fuentes de Inspiración:
Juegos Ocultos - Barricada (canción).
Quiero Perderme - Barricada (canción).
Solo Quiero Tu Boca - Barricada (canción).
Los he leído en el foro pero me ha apetecido felicitarte primero por aquí.
ResponderEliminar¿sabes que no he escuchado nada de Barricada? y veo que a veces es tu fuente de inspiración...
Bueno que me han encantado los dos. Pero qué fácilmente nos enamoramos ¿no? tan sólo unos minutos y ya hemos levantado castillos. Adoro estos relatos de amores efímeros. Un saludo barricada.