5 de febrero de 2012

Juegos De Autobús


Marcha Atrás

Como cada mañana, al despertar los primeros claros del día, entré puntual en el autobús que va a la universidad. Tomé asiento en la parte trasera y saqué de la mochila la última obra que había publicado Mendoza. Instantes después, al pasar de página, mi lectura se vio interrumpida. Sentía como unos ojos desconocidos me observaban, un fino hilo al que estaba conectada. Levanté con disimulo la vista y rápidamente movió la cabeza hacia otra dirección. Se trataba de un tipo arreglado, lucía una vestimenta estilosa y, a juzgar por sus canas, era un hombre mucho mayor que yo. Su atractivo semblante y sus ojos azules me deslumbraron de tal forma que un caluroso cosquilleo me cautivó. Esquivando la repentina excitación, intenté refugiarme de nuevo bajo las páginas del libro. Él, por su parte, volvió a centrar su atención en mi cuerpo en cuanto me creyó distraída. Lentamente su mirada recorría cada recoveco, atravesando la estrecha barrera que cubría cada centímetro de mi piel. Fue entonces cuando, sin previo aviso, respondí atrevida clavando mis ojos en los suyos. A diferencia de antes, respondió al envite con una sonrisa maliciosa aumentando la tensión que nos unía. Se creía victorioso, sabedor de haber despertado en mí un deseo que su chocante descaro, el infranqueable silencio y el inquietante misterio avivaban por momentos.

Al llegar a nuestro destino, confeccioné la estrategia. Demoré la salida y aguardé su reacción mientras custodiaba su aturdida reacción. Con torpeza se paró antes de bajar y comenzó a rebuscar en el maletín un enser que maldecía haber olvidado. Bajamos del autobús a escasos centímetros el uno del otro ignorando el cúmulo de emociones que habíamos destapado, esperando con ansia a que uno hiciese el gesto que desatara la guerra. De repente, sus pasos se detuvieron invitándome a hacer lo mismo. Desafiante le miré mientras buceaba para encontrar la palabra exacta. Cuando creí tenerla, una chica joven apareció por nuestra espalda y se lanzó violentamente a besar con furia a mi fallido conquistador. Ajena a la escena y mi implicación con la misma, reanudé la marcha con una calma que de un plumazo mi cabeza se encargó de borrar. Una mezcla de bochorno y rencor ardía por todo mi cuerpo impulsándome a maquinar una venganza fugaz, limpia y sobre todo hiriente. Apreté con fuerza los dientes y cerré los puños a la vez que recordaba furiosa aquella estúpida sonrisa que antes me había cautivado y que ahora quería hundirle en el alma como un punzón. Me di la vuelta, le apunté y, en un acto reflejo, volvió a esquivarme. Satisfecha, me invadió una reparadora sensación de alivio y orgullo que en seguida me hizo sentir estúpida. Pero que tonta soy, pensé, riéndome de mí misma.

Efecto Reflejo

Restaban dos paradas para llegar a mi destino cuando ella montó en la concurrida línea 36. Era menuda, delgada y con una caballera rizada de tonalidades morenas. Saludó con una radiante sonrisa al chófer, pasó con delicadeza el bonobús por el lector y buscó con sus ojos marrones un hueco entre el tumulto donde estaba yo. Para mi desgracia, al llegar, ignoró mi presencia y me dio la espalda. Constaté para mi deleite como aquellos ajustados pantalones vaqueros realzaban el esplendor de su firme trasero, formando una pronunciada curva que se extinguía como por arte de magia bajo lo prohibido. Durante la parada anterior a la mía, aproveché el trasiego de viajantes para instalarme sin reparos delante de ella. Pude admirar como su fina piel, su pequeña nariz y sus apetecibles labios formaban un conjunto ante el cual un hombre como yo no podía hacer otra cosa más que sucumbir. Fue entonces cuando cayó a mis manos y sentí su delicado tacto sobre el mío, el roce de sus sugerentes pechos contra el mío, el olor de aquella fragancia que me embriagó hasta casi perder el sentido. Mis brazos la sostenían con suavidad cuando abrió los ojos y penetró en mí su mirada evocadora. Percibí como por un instante mis latidos dejaban de sonar, como de golpe el tiempo se paraba junto a ella mientras el resto del autobús observaba con envidia nuestro apasionado amor. Vislumbré las puestas de sol, los paseos de la mano, las noches de sexo inagotable, su vestido blanco, el dulzor de la miel de nuestra luna, una legión de niños que con furia traeríamos al mundo, las rencillas que apagaríamos sin ropa, la mecedora en la que tejería mi abrigo y hasta el roble con el que fabricarían el ataúd donde para siempre descansaríamos.

En cuanto el autobús acabó de tomar la curva, ella se recompuso impulsivamente, premiando mi heroico gesto con un tímido gracias y volviendo a ofrecerme la perspectiva de su espalda como si nada hubiera ocurrido. La acababa de salvar de caer a ese suelo asqueroso, de ser el hazmerreír de todo el autobús. Me había apiadado de su frágil complexión, había ofrecido mi fornido cuerpo para amortiguarla, había arriesgado mi existencia por alargar la suya. Por unos momentos había sido mía y así me lo hacía pagar, sorbiendo el amargo cáliz del olvido. Al llegar a mi parada, dejé abatido el autobús. Escupí a mi suerte mientras a través del cristal veía como la ingrata desaparecía de mi vista. Ahora busco un hueco hondo dentro de mi mente donde poder enterrar su recuerdo aún caliente junto al de todas las demás..





----------------------------------------------
Fuentes de Inspiración:
Juegos Ocultos - Barricada
(canción).
Quiero Perderme - Barricada (canción).
Solo Quiero Tu Boca - Barricada (canción).

1 comentario:

  1. Los he leído en el foro pero me ha apetecido felicitarte primero por aquí.
    ¿sabes que no he escuchado nada de Barricada? y veo que a veces es tu fuente de inspiración...
    Bueno que me han encantado los dos. Pero qué fácilmente nos enamoramos ¿no? tan sólo unos minutos y ya hemos levantado castillos. Adoro estos relatos de amores efímeros. Un saludo barricada.

    ResponderEliminar