Tengo
la sensación permanente de que hay algo que me estoy perdiendo. El tiempo pasa
y yo me lanzo decidido contra él. Trato de abarcar toda su extensión y exprimir
cada uno de sus segundos como si de una naranja se tratase. Sin embargo,
siempre caigo derrotado, extasiado ante su persistencia y ahogado por las
manecillas del reloj.
No sé muy bien cuándo empezó todo,
pero hubo un comienzo. Recuerdo que antes no era así. Tenía pocas aficiones,
ningún interés concreto más allá de ser el primer ser humano que volara con las
manos. Empleaba casi todo mi tiempo en mirar a través de la ventana por unos
prismáticos, inventar nuevas obras de teatro clásico e interpretarlas en mi
mente y, de vez en cuando, estudiar para acabar el último curso de carrera, de
la cual arrastraba dos asignaturas desde hacía lustros.
Para salir de esa espiral de
ostracismo e indolencia, mis padres pensaron que sería buena idea instalarme
una televisión en mi habitación. Al principio no le hacía caso, pero poco a
poco fui descubriendo algunas series de sumo interés: Enfermería de Guardia, Sin
Peroles No Hay Paraíso o El Caso De
La Pantera Asesina. Asimilando las innumerables enseñanzas que aquella caja
me daba, empecé a ser consciente de que en estos tiempos convenía estar
informado. No había un motivo claro, más allá de no parecer idiota en las
elevadas discusiones que se formaban en tabernas y tugurios. Así pues, también
fui siguiendo de forma activa las principales tertulias informativas: Debate Porcino, La Actualidad Actual, o, la de máxima audiencia, A Las 5 Por El Culo Te La Hinco. Algunas
veces trataba de participar añadiendo sosegadas y meditadas aportaciones: “Cállate, botarate”, “Eso es una conspiración del gobierno chino”,
o “Bota, rebota y en tu culo explota”.
Al hilo de estar informado, fui
abriéndome a las nuevas tecnologías y consumiendo de manera compulsiva las
versiones digitales de periódicos generalistas, revistas especializadas en
apuestas caninas, neumáticos de segunda mano e inversión en perfumes de
imitación, foros y horóscopos virtuales, los cuales conformaban mis principales
intereses. Recientemente, he comenzado a interactuar con el resto de mortales a
través de las redes sociales, donde difundo novedades sobre el estado del
cadáver de Cristóbal Colón y me mantengo a la última sobre todas las noticias
que ocurren a lo largo y ancho del planeta. ¿Sabíais que unos científicos
australianos han descubierto que los patos tienen dos patas?
Sin lugar a dudas, el último grito
han sido los podcast. Los hay en todos los idiomas y sobre todas las temáticas.
Estos últimos días he estado enganchado a la asombrosa historia en ucraniano de
un auténtico criminal en serie, un panadero que se llevaba a casa las barras
que le sobraban. Después de una emocionantísima primera temporada con cuarenta
y nueve capítulos de hora y media de duración, estoy expectante para la segunda
en la que por fin Yuri aprenderá a amasar. La gran ventaja de los podcast es la
comodidad que ofrecen para poder seguirlos donde quieras: en el transporte
público, jugando a la petanca, mientras haces el amor con tu pareja o si te
están practicando una vasectomía.
Sin saber muy bien cómo, un día me
encontré en casa, aumentando la velocidad de reproducción para acabar la última
temporada del Brown Mirror y así poder empezar la nueva sobre la fascinante vida
del cantante de rancheras Luis Gabriel. En mi aplicación de podcast tenía miles
de avisos sobre audios que aún no había escuchado; el correo electrónico me
amenazaba para que escuchase los últimas discos de un grupo de reggae polinesio;
Youtube me apremiaba para que viera los últimos tutoriales sobre cómo hacer
macramé rodeado de tiburones. Además, mi cuenta bancaria se desangraba en
donaciones amistosas a plataformas de streaming audiovisual que tributaban en
las Islas Caimán. Mientras tanto, en las calles se levantaba un muro entre lo
que era estar a la última y ser un desfasado, entre estar vivo o muerto. Es una
situación asfixiante, cada vez necesito más, pero ya no puedo más.
Sigo con la sensación de que hay
algo que me estoy perdiendo, de que hay una historia o un conocimiento que
requiere todo mi tiempo y mi atención, pero no tengo muy claro cuál. Me
encuentro en el espejo y me pregunto: ¿ese de en frente no es uno de los de
Walking Dead?
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