Conseguir
la salvación que anuncian las sagradas escrituras es una tarea repleta de peligros
e improvistos, pero altamente estimulante para el anecdotario.
Como cada domingo, me atavié con mis
mejores galas —un mono embadurnado de aceite industrial
y unos zapatos de payaso— para asistir a misa de primera hora. Entre cabezada y cabezada meditaba acerca
del dineral que debían invertir los hombres lobo en fotodepilación, de los que se habla más bien poco, cuando unas
palabras del sermón me sacudieron. “Ronda
por las calles una terrible amenaza. Desprende un azufre que corroe los valores
que Dios legó a los hombres. Tened cuidado porque, a pesar de tener rabo,
cuernos y tridente, sabe cómo seducir. Os hablará de orgías, drogas, banquetes
y otros placeres superfluos. Hermanos, anda suelto Satanás”. El cura
continuó con su intensa verborrea, aconsejando cómo combatir la presencia del
diablo. Sin embargo, mi capacidad de atención era demasiado reducida para seguir
escuchando. Por suerte el mensaje de alerta ya había penetrado en mis sentidos.
Mi firmeza ante el enemigo sería infranqueable.
Al concluir la misa, acostumbro a
echar una mano en tareas de mantenimiento y limpieza mientras trato de sonsacar
información extra sobre la salvación. Aquel día, por el contrario, el párroco
cerró la iglesia a cal y canto y echó precipitadamente a todo el rebaño. Al
parecer debía atender una misión peliaguda. Una de las feligresas se acababa de
separar y afirmaba sentir un fuego interior que sólo aquel hombre provisto de
crucifijo y sotana podría apagar con paciente fervor y un exorcismo potente.
Así pues, me dirigí al hipódromo
hasta la hora en que mi barriga solicitara alimento. En realidad, como las
apuestas son una actividad que no reúne el consenso de toda la Iglesia, me centré
en buscar algún boleto premiado entre otros boletos y la basura que abarrotaba
el suelo. Bajo mi humilde punto de vista, rebuscar es un acto de fe y se podría
enmarcar dentro de Mateo 7:8, “quien pide
recibe, quien busca halla y a quien llama se le abre”. Quizá en un futuro
la Iglesia se planteé canonizar a chatarreros y señoras que encuentran los
mejores chollos en rebajas.
Durante mi noble tarea, topé con un
tipo que jamás había visto en las apuestas equinas. Se trataba de un hombre de frágil
presencia, baja estatura y gesto preocupado. Vestía un traje resquebrajado de
un intenso color rojo fuego del que salía una suerte de cola. Llamaba la
atención su larga melena que intercalaba canas en el azabache, rematada por dos
salientes en forma de cuernos. Se ayudaba en su torpe paso con un bastón en
forma de tridente. Al igual que yo, rebuscaba en el suelo una fortuna que la
sociedad le había negado. Nada más verme me saludó con una sonrisa y me
extendió la mano.
—Diantres, no sabía que había
competencia en este negocio —dijo
el desconocido mientras daba cuenta de su olor sulfurado.
—Son tiempos de mierda. La vida es
una burda y estúpida competición. Dejé de rebuscar en la basura porque hay
sociedades organizadas que le quitan el trabajo al ciudadano de a pie —contesté.
—Me llamo Lucifer García. Me
expulsaron hace poco del hipódromo del Este. Ya ves, trato de ganarme el jornal
honradamente. No es fácil, tengo muy mala fama.
A pesar de las advertencias del cura
y estar arriesgando mi entrada al Cielo, decidí extender mi relación con la
mismísima antítesis de Dios. Según me contó éste, cada vez menos personas
acababan en el Infierno y eso, sumado a unas inversiones arriesgadas en el
sector del casete y del diskette, habían abocado a su empresa a una suspensión
de pagos y la bancarrota. Siguió su relato confesando que frecuentaba las casas
de acogida y los comedores sociales. A pesar de su humildad, cuando encontró un
billete premiado, me propuso repartir la escasa ganancia. Lucifer era un pobre
diablo que, además de pan, buscaba compañía.
Al terminar la última carrera de
purasangres, nos retiramos del hipódromo sin más premio. Con el dinero
conseguido, el diablo me invitó a tomar vermú y unos torreznos caseros en una
taberna de confianza. Apoyado en la barra descubrí que se trataba de un tipo
culto. Lo mismo argumentaba sobre modelización de procesos de física nuclear
que explicaba las últimas teorías de psicología evolutiva. Su sonrisa era
incansable. Escuchó una tras otra las historias de mis últimos fracasos
amorosos o mis desavenencias familiares sin juzgarme o intentar acaparar
protagonismo.
Cuando salimos del bar, nos
encontramos al cura de la parroquia, quien besaba acaloradamente a su feligresa
apoyado en una farola. No lucía su clásico conjunto de alzacuellos y camisa
negra, sino un look rockero con chupa y pantalones de cuero, dejando ver varios
tatuajes con letras estridentes. A pesar del desconcierto, celebré que la mujer
se hubiera repuesto de sus calores vitales. El alcohol comenzaba a pasarme
factura en forma de sopor. Antes de despedirme de Lucifer, le pregunté el
origen de su mala fama.
—Mi familia siempre se ha dedicado al
negocio del Infierno. Cuando era joven tenía inquietudes. Estudié filosofía, me
metí en movimientos sociales. Quería cambiar el mundo, pero siempre me
persiguió el dichoso sambenito. Y ya me contarás, ¿qué daño puede hacer este
indigente solitario? La gente me repudia, me insulta o me escupe sin apenas
saber de mí. Hay muchos y distintos altavoces para expresarse, pero todos dicen
lo mismo.
Nos despedimos emplazándonos a las
próximas carreras de caballos. Una vez más la mala prensa había arruinado la
fama de, quizá, una buena persona. Cavilaba a cuántas personas les habría ocurrido
lo mismo. Quizás Lucifer tuviera razón en su queja. Quizá la verdad fuera
propiedad de quien portaba el megáfono. Pero, por si acaso, el próximo domingo volvería
a misa aguardando más aventuras en la búsqueda de mi ansiada salvación. La
verdad es muy relativa y otorgarla un ejercicio increíblemente agotador.
Wow, buenísimo
ResponderEliminarDescribe perfecto como la sociedad es dueña de tu honor y quien tiene el megáfono dicta creencias a los demás, solo unos cuantos son capaces de crear sus propias realidades
A la perfección respeto a la torpeza de las manos que la escriben. Muchísimas gracias por tu lectura y tu amable comentario. Es todo un placer!
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