Mick Mokorock
se da cuenta de que su feliz letargo acaba de llegar a su fin. Todavía retumba en
su cabeza la reciente decisión de Keith, Ron y Charlie, su fiel artillería, de
dejar la banda que hacía diez años habían formado, Mokorock. Los constantes
delirios de Mick habían precipitado una situación que hacía tiempo que se
mascaba dentro y fuera del grupo.
Al comienzo
se trataba de un simple entretenimiento, recoger los restos del éxtasis que otras
bandas habían trazado en forma de línea, sentir el cosquilleo del cuerpo antes
de salir a matar, cortar el sudor con un cuchillo. La falta de talento y
técnica musical de los tres músicos fue suplantada por la salvaje impronta de
Mick. El cantante, y compositor, amasaba la rabia punzante y el arrojo feroz en
temas de no más de dos minutos que consiguieron conectar con un público que buscaba
desesperadamente un mesías con el que rellenar su existencia.
Hoy, queda
muy poco de lo que fue, tan sólo le acompaña la misma fachada: una cresta puntiaguda
de color amarillo, los imperdibles oxidados que cuelgan de sus orejas, la insignia
de Mercedes que sobresale de su deshecha chupa de cuero y unas botas negras con
restos de barro y mierda. Mira en el local de ensayo las fotos de los primeros
tiempos, las portadas de sus primeros álbumes. La pose desafiante y el vigor que
delataba su rostro en las imágenes confrontan con su titubeante actitud y las
arrugas que florecen en su cara. Busca agobiado en el bolsillo una papelina que
le alivie de este pesar.
Mick recuerda
el primer bolo de Mokorock. Fue en un garito cochambroso, sin aire que respirar
y con un equipo renqueante que sonaba a puro infierno. Todos sus colegas habían
acudido a la cita y Mick se había sentido esa noche en la más absoluta de todas
las cimas. Las miradas entre los cuatro jóvenes eran cómplices y las hostias se
mezclaban con la felicidad debajo del improvisado escenario. Cuando acabó el
concierto recogieron los trastos y se pimplaron uno a uno todos los bares de
mala muerte que encontraron a su paso.
Mick no
olvida el último bolo de Mokorock, anoche. La actuación comenzó dos horas más
tarde de lo previsto. Sus fieles seguidores estaban muy calientes, pero aguardaron
su ira ante la tambaleante aparición de Mick, una más. Las cuerdas de Mick
estaban destrozadas, no podía apenas vocalizar y cuando parecía que se entonaba
confundía las letras. El resto de músicos adivinaron el huracán que venía,
aunque no tuvieron tiempo de reaccionar. De repente una piedra impactó en la
cabeza de Mick, la música dejó de sonar y todos corrieron a resguardarse en el camerino.
Se guarecieron de las piedras, pero no de los gritos y las amenazas que se
colaban por debajo de la puerta. El autobús de Mokorock fue quemado, la sala
fue arrasada y en unos minutos apareció la policía para brutalmente cargar
contra todos los asistentes. Curioso destino para un grupo que cantaba: “Colgad a los putos maderos, de los huevos.
Machacar el sistema policial, a base de fuego”.
No puede
soportar el pensamiento, busca una dosis mayor que le haga volar. En seguida le
viene el recuerdo de Janis, su primera novia. La conoció en una de sus primeras
actuaciones fuera de la provincia. Aunque eran ya cientos los que venían a sus
conciertos, eran todavía pocas las que ardían por conocer a Mick. No supo muy
bien que decirle, al bajar del escenario perdía esa seguridad que le
caracterizaba y se trababa al hablar. Después de cuatro años de relación, Janis
sabía que Mick la estaba destruyendo. Su amor era tan fuerte que podía asumir
que la engañara noches tras noche, drogarse al mismo nivel que él, pero no
podía aceptar que la tratase como una más. Una noche apareció ahorcada en su
casa presa del miedo y el desamparo. Mick no acudió al entierro, y aquella
noche pareció aliviado con la compañía de otras dos Janis.
Los recuerdos
flotan a su alrededor a una velocidad vertiginosa, clavan sus garras en su ser
haciéndolo trizas. En su piel la sangre corre a borbotones y el aire parece
escapársele por momentos. Intenta correr desvalido, escapar de las zarpas de la
muerte. Un intenso fogonazo le sorprende en la huida, sus huesos dan contra el
suelo. Ya no habrá dosis ni consuelo para este juguete roto.
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Fuentes de Inspiración:
Pepper Ann (serie).
Sid Vicious (cantante).
El Pico I y II - Eloy de la Iglesia (película).
Tentando A La Suerte - Barricada (canción).
Txus - La Polla Records (canción).
Las Drogas - Segismundo Toxicomano (canción).
Pepper Ann (serie).
Sid Vicious (cantante).
El Pico I y II - Eloy de la Iglesia (película).
Tentando A La Suerte - Barricada (canción).
Txus - La Polla Records (canción).
Las Drogas - Segismundo Toxicomano (canción).
Perfectamente descritala degradación y caída de los idólos y el dolor al volver atrás con la memoria, rebobinando los tiempos de gloria.Nada escapa a la derrota.El tiempo es implacable y hay que saber retirarse a tiempo, salvando lo que se pueda del pasado.
ResponderEliminarImpacta tu relato por el realismo con el que describes las heridas del alma; tanto del protagonista como de Janis.
¡¡ Excelente, Rafalé !!
Saludos.
Excelente blog y exquisito relato. La atmósfera de pesimismo y de melancolía que envuelve al protagonista realmente llega al lector y lo contagia.
ResponderEliminarPasaré por aquí de vez en cuando :)
He visto el link en el foro y me he pasado...Me ha gustado, tanto el relato como el ambiente en general, y la forma de escribir.
ResponderEliminarMuy buen sitio, felicidades.
Muchas gracias por vuestros comentarios. Un placer!!
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