19 de septiembre de 2016

Al Otro Lado


El lápiz con el que ella, cada mañana, se la dibujaba había desaparecido. Con una tranquilidad impropia de una niña que aún vestía babi de colores, Lucía lo rebuscó entre los juguetes que se amontonaban sobre el suelo, debajo de la cama y, por último, entre las prendas con aroma a suavizante fresco que colgaban en el armario. No había rastro del carboncillo deseado. Repentinamente, al otro lado de la pared un golpe seco cortó el silencio. Su madre emitió un grito, al que le sucedió un gimoteo amargo que encontró respuesta en un gruñido desalmado. Lucía no podía pintar sobre su piel a su paloma protectora. A diferencia de cada mañana, tendría que aprender a sorber la rabia y el miedo sola.

2 comentarios:

  1. Hola!

    No sé porque exactamente pero esta historia me suena un poco familiar, cuando era pequeña mi mamá se cayó con uno de mis colores. Bueno, no recuerdo si mío o de mi hermana, pero a eso me recuerda este relato. El final es un poco triste, pero me gusta.

    Saludos!!!

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    1. Buenas Ana,
      es curiosa la interpretación tan distinta que se puede tener acerca de una historia tan marcada como esta. Me alegra que los textos hagan despertar recuerdos y sentimientos tan notorios.
      Mil gracias por leer y comentar. Un placer!

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