Estremecen
tus suaves caricias después de dejar un rastro de sangre y dolor. Reparan tus crueles
cuchilladas que, con el tiempo, garantizan un instante de felicidad y levitar
sobre la realidad. Gritan tus silencios cuando son capaces de iluminar al tedio
en medio de la oscuridad, hasta aflorar de la nada una nueva oportunidad.
Sosiegas la demencia frenética, la cual escondió el miedo evidente a querer ser
y anestesió de podredumbre y mundanidad a los sueños con los que alguna vez fantaseé.
El calor de tu mirada me congela y me abrasa el frío de tus palabras.
Aceleras el latido ante un simple roce de dedos, cargado de
posibilidades marchitas antes de nacer. Congelas la respiración en una danza de
cuerpos desnudos que escupe una mezcla de sudor ardiente y te quieros.
Conviertes al surco de la última lágrima en el sendero de una flamante esperanza.
A la sonrisa infinita la trasladas a los dominios de la muerte, pudres sus
dientes, le das a probar el beso pestilente y reduces la alegría presente a un
recuerdo en el olvido.
Vulgarizas la esencia genuina de la obra aclamada y unánime,
mientras elevas a la categoría de maestría al instinto más repugnante. Desprecias al rico que sólo sabe mirarse a sí
mismo y lo castigas al merecido ostracismo. Al pobre le haces un hueco en tu
mesa para compartir un poco menos que nada y planificar la estrategia de asaltar
los firmamentos. Rechazas el olor a divino, aunque le pongas velas al milagro
de fraternidad entre seres distintos. Críticas lo que por ignorancia es
absoluto y no cejas en la ilusión de desnudar al desconocimiento. Le das
sentido al desconcierto con el que nacimos.
Y así es como hacen el amor la verdad y la mentira, el todo
y la nada, lo real y lo imaginario, el dolor y la alegría, la muerte y la vida.
Así es como fundes en una sola palabra caricias y cuchilladas. Así me enseñaste
a que soy un continuo contraste, ridículo, genial, torpe, valiente, tímido y,
por ahora, de ti prendido. Vida.