El
mundo avanza veloz, como una estrella fugaz hacia su propia destrucción con la
que deleitarse de su precioso rastro de luz. Ese ritmo endiablado, del cual
como integrantes ocasionales también estamos impregnados, no da lugar a una
objetiva, calmada y necesaria reflexión del mismo. Asumimos procesos
intrínsecos que aceleran la devastación, nos vanagloriamos de los mismos y en
algún caso los encarnamos consciente o inconscientemente. En los últimos
tiempos uno de ellos se está arraigando con fuerza: el ser profundamente
subnormal. Entrañable, eso sí.
Erróneamente, se podría pensar que
este movimiento se consolidó hace mucho tiempo o, incluso, que nació a la par
que la humanidad. Sin embargo, descubro para mi alivio que se trata de una
tendencia reciente y pasajera. Al igual que en su momento estuvo de moda los
pantalones campana, los Payasos de la Tele, Coyote Dax o tatuarse el nombre del
jefe en el ano, ser un entrañable subnormal se ha convertido en una enfermiza
necesidad que separa a una persona de estar dentro o fuera de la sociedad, la
excelencia de la vulgaridad, la verdad de la mentira, la vida de la muerte, el
bien del mal.
El aparentar saber de todo
constituye una de sus bases más sólidas y demanda fundamental. El subnormal de
base aprovecha el menor resquicio para dar su trascedente dictamen. Es capaz de
balbucear hasta un máximo de cinco palabras seguidas –las cuales denominaremos
sentencia de subnormal– que lo mismo versan sobre política de impuestos, que de
legislación laboral, sistemas operativos, herbología milenaria, marcas de
ginebra o de cebolletas en vinagre. Da igual el tema que se le presente, el
subnormal de base aireará una genuina sentencia de subnormal, en la que
expresar quejas y lamentos sin ápice de esperanza. Por su parte, el subnormal
ilustrado es capaz de engatusar a su audiencia mediante elaborados discursos
que se componen de, a lo sumo, tres o cuatro sentencias de subnormal. Al elenco
conocido, añade su conocimiento sobre psicología evoljutiva, arte abstracto,
especulación bancaria, aceleradores de particulas, filosofía posmoderna,
coprofalia o licantropía clínica si hace falta. A diferencia del subnormal de
base, el subnormal ilustrado consulta publicaciones digitales, se empapa de sus
titulares, se deleita con los profundos comentarios de otros subnormales
ilustrados y cacarea los alegatos de los líderes de la tendencia.
Aunque jamás reconozcan su verdadera
condición, se muestran orgullosos de ella y no pierden tiempo en demostrarla
una y otra vez para fortuna y tortura de sus allegados. En este sentido, las
nuevas tecnologías han disparado su auge. Años atrás, con buen criterio, estos
esclavos de las modas se veían marginados por la vergüenza ajena y la
indiferencia; ahora disponen de altavoces eficientes y complejas formas de
organización. En las redes sociales puedes verlos dándoselas de analistas políticos,
tratando de dar envidia por hacer algo tan extraordinario como tomarse una
cerveza en la playa, o mostrar su devoción por la danza clásica oriental
mientras al otro lado de la pantalla devoran una bolsa de patatas en
calzoncillos y sudan como cerdos. Además, cuentan con un legado de seguidores
que les otorga una jerarquía infranqueable. Y es que ser un entrañable
subnormal no tiene por qué estar reñido con la estima, el éxito o la fama.
Tampoco con el dinero, el sexo o las drogas.
En la vida real también se aprecian
los estragos de la corriente: acomplejados que compran todoterrenos para
conducir por la ciudad y sentirse los puto amos por un día; pasajeros que
aplauden el aterrizaje del avión y que después hacen cola como histéricos para
salir; devoradores de manuales de autoayuda escritos por fantoches enajenados;
padres que engendran a monstruos para tenerlos alegres y callados; consumidores
de productos light; los que piden sacarina para el café tras atiborrarse de
postres; y los peores de todos: aquellos que desprecian el borde de las pizzas.
Por fortuna, la subnormalidad,
aunque entrañable, es pasajera. No porque los subnormales se den un golpe en la
cabeza y de repente vean la luz, o porque se haga justicia y sean triturados y
vendidos como pienso animal de marca blanca. El caso es que esta subnormalidad
está destinada a ser sustituida por otro tipo de subnormalidad más feroz y
devastadora, otorgando a la actual la categoría de excelencia y normalidad.
Acabaremos por añorar la vigente subnormalidad y rememoraremos el clásico
tópico de que cualquier subnormalidad pasada fue mejor.
Firmado,
un
entrañable subnormal.
Incluido en el número 4 de Tinta de Verano - Modas.
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