1 de septiembre de 2017

La Entrañable Moda De Ser Subnormal

El mundo avanza veloz, como una estrella fugaz hacia su propia destrucción con la que deleitarse de su precioso rastro de luz. Ese ritmo endiablado, del cual como integrantes ocasionales también estamos impregnados, no da lugar a una objetiva, calmada y necesaria reflexión del mismo. Asumimos procesos intrínsecos que aceleran la devastación, nos vanagloriamos de los mismos y en algún caso los encarnamos consciente o inconscientemente. En los últimos tiempos uno de ellos se está arraigando con fuerza: el ser profundamente subnormal. Entrañable, eso sí.

Erróneamente, se podría pensar que este movimiento se consolidó hace mucho tiempo o, incluso, que nació a la par que la humanidad. Sin embargo, descubro para mi alivio que se trata de una tendencia reciente y pasajera. Al igual que en su momento estuvo de moda los pantalones campana, los Payasos de la Tele, Coyote Dax o tatuarse el nombre del jefe en el ano, ser un entrañable subnormal se ha convertido en una enfermiza necesidad que separa a una persona de estar dentro o fuera de la sociedad, la excelencia de la vulgaridad, la verdad de la mentira, la vida de la muerte, el bien del mal.
El aparentar saber de todo constituye una de sus bases más sólidas y demanda fundamental. El subnormal de base aprovecha el menor resquicio para dar su trascedente dictamen. Es capaz de balbucear hasta un máximo de cinco palabras seguidas –las cuales denominaremos sentencia de subnormal– que lo mismo versan sobre política de impuestos, que de legislación laboral, sistemas operativos, herbología milenaria, marcas de ginebra o de cebolletas en vinagre. Da igual el tema que se le presente, el subnormal de base aireará una genuina sentencia de subnormal, en la que expresar quejas y lamentos sin ápice de esperanza. Por su parte, el subnormal ilustrado es capaz de engatusar a su audiencia mediante elaborados discursos que se componen de, a lo sumo, tres o cuatro sentencias de subnormal. Al elenco conocido, añade su conocimiento sobre psicología evoljutiva, arte abstracto, especulación bancaria, aceleradores de particulas, filosofía posmoderna, coprofalia o licantropía clínica si hace falta. A diferencia del subnormal de base, el subnormal ilustrado consulta publicaciones digitales, se empapa de sus titulares, se deleita con los profundos comentarios de otros subnormales ilustrados y cacarea los alegatos de los líderes de la tendencia.
Aunque jamás reconozcan su verdadera condición, se muestran orgullosos de ella y no pierden tiempo en demostrarla una y otra vez para fortuna y tortura de sus allegados. En este sentido, las nuevas tecnologías han disparado su auge. Años atrás, con buen criterio, estos esclavos de las modas se veían marginados por la vergüenza ajena y la indiferencia; ahora disponen de altavoces eficientes y complejas formas de organización. En las redes sociales puedes verlos dándoselas de analistas políticos, tratando de dar envidia por hacer algo tan extraordinario como tomarse una cerveza en la playa, o mostrar su devoción por la danza clásica oriental mientras al otro lado de la pantalla devoran una bolsa de patatas en calzoncillos y sudan como cerdos. Además, cuentan con un legado de seguidores que les otorga una jerarquía infranqueable. Y es que ser un entrañable subnormal no tiene por qué estar reñido con la estima, el éxito o la fama. Tampoco con el dinero, el sexo o las drogas.
En la vida real también se aprecian los estragos de la corriente: acomplejados que compran todoterrenos para conducir por la ciudad y sentirse los puto amos por un día; pasajeros que aplauden el aterrizaje del avión y que después hacen cola como histéricos para salir; devoradores de manuales de autoayuda escritos por fantoches enajenados; padres que engendran a monstruos para tenerlos alegres y callados; consumidores de productos light; los que piden sacarina para el café tras atiborrarse de postres; y los peores de todos: aquellos que desprecian el borde de las pizzas.
Por fortuna, la subnormalidad, aunque entrañable, es pasajera. No porque los subnormales se den un golpe en la cabeza y de repente vean la luz, o porque se haga justicia y sean triturados y vendidos como pienso animal de marca blanca. El caso es que esta subnormalidad está destinada a ser sustituida por otro tipo de subnormalidad más feroz y devastadora, otorgando a la actual la categoría de excelencia y normalidad. Acabaremos por añorar la vigente subnormalidad y rememoraremos el clásico tópico de que cualquier subnormalidad pasada fue mejor.
Firmado,
un entrañable subnormal.

Incluido en el número 4 de Tinta de Verano - Modas.

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