23 de julio de 2019

Fiebre de la Opulencia Moderna y el Ostracismo (FOMO)


Tengo la sensación permanente de que hay algo que me estoy perdiendo. El tiempo pasa y yo me lanzo decidido contra él. Trato de abarcar toda su extensión y exprimir cada uno de sus segundos como si de una naranja se tratase. Sin embargo, siempre caigo derrotado, extasiado ante su persistencia y ahogado por las manecillas del reloj.

No sé muy bien cuándo empezó todo, pero hubo un comienzo. Recuerdo que antes no era así. Tenía pocas aficiones, ningún interés concreto más allá de ser el primer ser humano que volara con las manos. Empleaba casi todo mi tiempo en mirar a través de la ventana por unos prismáticos, inventar nuevas obras de teatro clásico e interpretarlas en mi mente y, de vez en cuando, estudiar para acabar el último curso de carrera, de la cual arrastraba dos asignaturas desde hacía lustros.
Para salir de esa espiral de ostracismo e indolencia, mis padres pensaron que sería buena idea instalarme una televisión en mi habitación. Al principio no le hacía caso, pero poco a poco fui descubriendo algunas series de sumo interés: Enfermería de Guardia, Sin Peroles No Hay Paraíso o El Caso De La Pantera Asesina. Asimilando las innumerables enseñanzas que aquella caja me daba, empecé a ser consciente de que en estos tiempos convenía estar informado. No había un motivo claro, más allá de no parecer idiota en las elevadas discusiones que se formaban en tabernas y tugurios. Así pues, también fui siguiendo de forma activa las principales tertulias informativas: Debate Porcino, La Actualidad Actual, o, la de máxima audiencia, A Las 5 Por El Culo Te La Hinco. Algunas veces trataba de participar añadiendo sosegadas y meditadas aportaciones: “Cállate, botarate”, “Eso es una conspiración del gobierno chino”, o “Bota, rebota y en tu culo explota”.
Al hilo de estar informado, fui abriéndome a las nuevas tecnologías y consumiendo de manera compulsiva las versiones digitales de periódicos generalistas, revistas especializadas en apuestas caninas, neumáticos de segunda mano e inversión en perfumes de imitación, foros y horóscopos virtuales, los cuales conformaban mis principales intereses. Recientemente, he comenzado a interactuar con el resto de mortales a través de las redes sociales, donde difundo novedades sobre el estado del cadáver de Cristóbal Colón y me mantengo a la última sobre todas las noticias que ocurren a lo largo y ancho del planeta. ¿Sabíais que unos científicos australianos han descubierto que los patos tienen dos patas?
Sin lugar a dudas, el último grito han sido los podcast. Los hay en todos los idiomas y sobre todas las temáticas. Estos últimos días he estado enganchado a la asombrosa historia en ucraniano de un auténtico criminal en serie, un panadero que se llevaba a casa las barras que le sobraban. Después de una emocionantísima primera temporada con cuarenta y nueve capítulos de hora y media de duración, estoy expectante para la segunda en la que por fin Yuri aprenderá a amasar. La gran ventaja de los podcast es la comodidad que ofrecen para poder seguirlos donde quieras: en el transporte público, jugando a la petanca, mientras haces el amor con tu pareja o si te están practicando una vasectomía.
Sin saber muy bien cómo, un día me encontré en casa, aumentando la velocidad de reproducción para acabar la última temporada del Brown Mirror y así poder empezar la nueva sobre la fascinante vida del cantante de rancheras Luis Gabriel. En mi aplicación de podcast tenía miles de avisos sobre audios que aún no había escuchado; el correo electrónico me amenazaba para que escuchase los últimas discos de un grupo de reggae polinesio; Youtube me apremiaba para que viera los últimos tutoriales sobre cómo hacer macramé rodeado de tiburones. Además, mi cuenta bancaria se desangraba en donaciones amistosas a plataformas de streaming audiovisual que tributaban en las Islas Caimán. Mientras tanto, en las calles se levantaba un muro entre lo que era estar a la última y ser un desfasado, entre estar vivo o muerto. Es una situación asfixiante, cada vez necesito más, pero ya no puedo más.

Sigo con la sensación de que hay algo que me estoy perdiendo, de que hay una historia o un conocimiento que requiere todo mi tiempo y mi atención, pero no tengo muy claro cuál. Me encuentro en el espejo y me pregunto: ¿ese de en frente no es uno de los de Walking Dead?

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