Ir
de congreso es una aventura comparable a convivir con una tribu de la selva
africana.
Cargado de ilusión, con ganas de
aprender y compartir mi humilde conocimiento, empaqué mi petate y crucé medio
país y parte del extranjero en avión, tren, autobús, blablacar y, finalmente,
autostop en un camión cargado de ganado porcino. Al llegar a la ciudad del
evento, diluviaba a cántaros y el lujoso hotel que me había reservado la
organización, estaba localizado en lo alto de una colina, a una media hora de
distancia a pie. Completamente empapado entré en la recepción. Allí me
indicaron que, a pesar de contar con unas encantadoras vistas de la frondosa
región, mi habitación estaba situada en el sótano debido a un percance de
última hora. Además, me avisaron de que como el armario de mantenimiento estaba
situado en mi habitación, el conserje, el jardinero y el servicio de limpieza
podrían entrar a cualquier hora del día o de la noche a mi habitación. El
cuartucho no tenía ventanas y no cesaba el estruendo de los comensales
revoloteando por el salón. El colchón estaba tan vencido que me recordaba a una
de las colchonetas donde saltaba de niño en la feria de mi pueblo.
Sin embargo, no había motivo para el
lamento, debía sentirme afortunado: alguien había considerado que era lo
suficientemente interesante como para hablar en un congreso de física nuclear.
Por la tarde estaba citado para atender a los medios locales. Me puse mis
mejores galas mientras repasaba una serie de frases elocuentes para explicar mi
investigación a un público general. Sin embargo, la periodista no parecía estar
muy interesada en la ciencia y prefirió abordarme sobre cuestiones relacionadas
con extraterrestres, teorías de la conspiración y su relación con los nazis.
Por la tarde leí la entrevista publicada en versión digital. Poco o nada tenía
que ver con mis palabras, bajo el titular: "Albert Einstein era un pirata sanguinario que venía de un planeta
llamado Madaga. La teoría de la relatividad es una estafa auspiciada por los
nazis", declara el Dr. Guadalmedina.
A la noche acudí a la cena de gala,
en la que la organización había prometido que probaríamos los productos típicos
de la región. Resultaron ser hamburguesas y patatas fritas de bolsa a medio descongelar.
Mientras disfrutábamos de la velada, decidí sumergirme tímidamente en el
alcohol, pero parecía que alguien había pensado que dos botellas de vino peleón
eran suficiente para las treinta personas congregadas. Al menos, no era de
cartón, pensé para mis adentros. Intenté socializar con mis colegas, a los que
prácticamente no conocía, pero ellos parecían decantarse por mirar al techo,
hacerse pasar por mudos o fingir que estaban sufriendo un ataque al corazón
antes que hablar conmigo.
En esas situaciones es cuando
recuerdo por qué hay veces que las personas sentimos la necesidad de resolver
nuestros desbarajustes y frustraciones con una copa, o dos. Inesperadamente, a una
de las viejas eminencias parecía haberle caído en simpatía. El tipo me
emplazaba a charlar de forma tranquila mientras tomábamos un destilado en algún
tugurio. Después de unos licores, mojitos, gintonics y tequilas, empecé a
tambalearme desorientado, pero el profesor insistía en que fuéramos a agitar el
esqueleto. Alrededor de las cinco de la mañana, me di cuenta de que estaba
completamente borracho, bailando reggaetón encima de una tarima con un señor
mayor que acababa de conocer en una discoteca vacía, cuando debía estar
descansando para dar una charla decente al día siguiente.
Prácticamente tuve el tiempo justo
de pasar por el hotel a ducharme rápidamente, enjuagarme la boca diez veces y
salir pitando para la conferencia, aún con el hedor a resaca en mi boca y en mi
cabeza. Nada más sentarme, caí profundamente dormido. Por suerte, en una de las
cabezadas comprobé que el resto de los asistentes también lo hacía o jugaban al
solitario en sus teléfonos móviles. En cierto momento me despertaron una serie
de gemidos lascivos. Provenían del ordenador de uno de los catedráticos más
prestigiosos, que además tenía fama de ser extremadamente religioso. No podía
silenciarlo y los aullidos pornográficos se clavaban como puñales en la sala.
El congreso proseguía, pero el mal ya estaba hecho.
Al final de la mañana, era mi turno.
Tras la presentación, descubrí mis transparencias proyectadas en la pantalla y
me pregunté: ¿de qué venía a hablar yo? ¿En qué idioma era esto? Por suerte mi
boca se avanzaba a mis preocupaciones y empecé a hilvanar un discurso que me pareció
coherente. A los pocos minutos, descubrí que prácticamente nadie seguía mi
soflama acerca de potenciales que saltan, energías que explotan y partículas
que se atraen como dos jóvenes en celo. Para refrenar mi presentimiento, se me
ocurrió decir que acababa de descubrir que la Tierra era plana, a lo que un estudiante
de doctorado joven asintió de forma rotunda. Al acabar mi intervención, la
gente aplaudió emocionada. Después, alguien con sed de protagonismo me lanzó
una pregunta que no logré tan siquiera descifrar. Así pues, respondí que la
pregunta era brillante, pero que no podía revelarle la respuesta a menos que no
le matase delante de todo el público. Acto seguido, se escuchó alguna carcajada
y yo respiré aliviado mientras el sudor bañaba mi espalda. Acababa de evitar un
ridículo mayor.
Terminado el congreso, salí
escopetado de regreso a casa. Estaba sano a salvo y mi escasa reputación
permanecía casi intacta. Me juré que si me volvían a invitar a otro congreso
desconocido, declinaría la propuesta.
Sin embargo, hace un rato, he
recibido un correo con una invitación para participar en un workshop sobre
"Simulaciones Casi Electromagnéticas" en un pueblo perdido de la
República Checa, repleto de preciosos castillos e idílicos paisajes. La
organización promete colmarnos de cerveza, salchichas de ciervo y enseñarnos a
bailar el típico baile regional. Habrá que...
He buenísimo el relato. Me he reído a carcajadas sin poder evitarlo. Narras muy bien tus historias atrapan. Gracias por tu invitación. Ha sido un placer 🌹
ResponderEliminarMuchas gracias por la lectura y tus palabras Ana. Mil gracias por compartir tus risas! Abrazos!!
EliminarUn encuentro con la ciencia sociabilizándose. Que hilarante la escena de la discoteca, jajajaja. MUy divertido, buen relato de la mano del gran Rafalé. Doctor, yo quiero ver tus conferencias.
EliminarMil gracias por leer y comentar, Omduart. No creas que las charlas que doy son muy allá... Siempre las relleno con un vídeo de unas piratas gaditanos que cantan chirigotas mu salás. Luego la gente no entiende nada, pero yo me divierto!
EliminarUn abrazo!