Apenas acabo de terminar las últimas páginas de esta novela y ya siento el vacío que dejan las obras que calan. Se trata de un trabajo arrollador propulsado por esa voz inconfundible e hipnótica que posee Antonio, el cual parece que te aborda en la barra de una taberna con solera y se arranca a narrar la hazaña. Con una conjugación medida de gracia y sabiduría, viajamos a un París de finales de los ochenta donde el protagonista, un pintor que trata de abrirse hueco, narra los apocados fondos del panorama artístico. En él se mezclan genios, trasnochados, vividores, virtuosos, prostitutas y fieras salvajes, conformando un grupo en el que sobrevivir de su propio genio subyace como arte.