Llegué
a Cuba en busca de lo desconocido, ansioso por dejarme atrapar por su
incertidumbre perenne y su virginidad natural. Después de veinte días, he
vuelto cargado de experiencias paradójicas, piezas de un puzle incompleto que
no tienen la más mínima preocupación por encajar entre sí. Conforman estas un
paisaje salvaje a la par que difuminado del cual he desistido comprender. Ni
tan siquiera el guajiro más sabio se atreve a otra cosa que no sea maravillarse
con este milagro hecho isla.