18 de abril de 2015

Los Asesinos Del Emperador - Santiago Posteguillo

No podía ser en otro sitio que en Roma donde finalizara Los Asesinos Del Emperador, una lectura que me ha ocupado un total de siete meses. No es para menos, ya que la novela narra de forma extensa la caída de la dinastía Flavia que daría paso a la subida al trono de Trajano, el primer emperador hispánico de Roma. La firma es de Santiago Posteguillo, encargado de mezclar, sin grandes alardes literarios, la rigurosidad de los acontecimientos y la maraña de entresijos sentimentales dentro y fuera de palacio con cierta fantasía. Así pues, nos encontramos ante una obra histórica entretenida y atractiva para el público de masas.


El autor, profesor titular de la Universidad Jaume I de Castellón, se dio a conocer en el entorno literario allá por el año 2006 con su trilogía dedicada a Escipión el Africano: un importante general y político romano, del que se cree que fue capaz de vencer al ejército cartaginés comandado por Aníbal Barca, y hacer que Cartago se rindiera a Roma después de la Segunda Guerra Púnica. Tras saltar un período más trascendental de Roma en cuanto a historia y literatura se refiere, en el que sobresalen las figuras de Julio César, Marco Antonio, Augusto, Calígula o Claudio; Santiago Posteguillo emprende en 2011 una nueva trilogía, acerca de la figura de Marco Ulpio Trajano, con Los Asesinos Del Emperador, prolongada por Circo Máximo en 2013 y con una última entrega en fase final de su redacción.

El libro nos remonta a finales del Siglo I d.C., instantes antes de que la conspiración contra Domiciano, emperador de Roma, se ejecute. Después de dar una perspectiva social y política de un imperio resquebrajado debido al paranoico mandato de su emperador, la trama regresa al agitado reinado de Nerón, rememorando su célebre incendio, en el 63 d.C., para motivar minuciosamente la conjura citada. Entre tanto, la inestabilidad se cierne sobre Roma: las guerras civiles desangran el poder del imperio y ninguno de los fugaces emperadores–Galba, Otón y Vitelio– es capaz de poner cordura hasta la llegada de la dinastía Flavia al poder, con Vespasiano primero, su hijo Tito después y el despiadado Domiciano por último.

La narración entrelaza diversos sucesos aislados en tiempo y espacio que paulatinamente se ensamblan como piezas de un puzle casi perfecto. Cabe destacar la inclusión de la construcción del Coliseo y su posterior reforma, la persecución a los primeros cristianos, el desgraciado devenir de gladiadores, la existencia de gladiadoras, el costoso asedio a Jerusalén y las batallas en la frontera del Imperio con Britania, Germania, el Danubio o Partia. Es en la faceta bélica, entre otras, donde se aprecia el gusto por el detalle y el rigor de la obra, lo cual conduce, en ocasiones, al letargo. Una muestra sobre la conquista de Jerusalén:

Las maderas de la rampa crujían al sostener el tremendo peso de un ariete montado sobre gigantescas ruedas y el peso de una monumental torre de asedio que le seguía, con dos escorpiones instalados en su último piso, toda ella llena de arqueros, legionarios y auxiliares armados con flechas, lanzas y protegidos por sus grandes escudos rectangulares y cóncavos. Las maderas crujían y los clavos que la sostenían se tensaban hasta lo indecible, pero los ingenieros romanos lo tenían todo calculado con exactitud y, además, ya llevaban varias rampas construidas para la conquista de los muros exteriores de la ciudad. […]
Trajano empezó a subir por la rampa, pero, de pronto, cuando sólo llevaba —en esta ocasión para su fortuna— una decena de pasos sobre aquellas vigas de madera, los crujidos de la base de la rampa se transformaron en un ensordecedor estruendo y lo inimaginable, lo imposible, lo que nunca antes había ocurrido, aconteció: Trajano perdió el equilibrio porque la base que le sustentaba parecía moverse sola, y en su caída contempló cómo el gigantesco ariete y la inmensa torre de asedio se venían abajo, en pie aún, pero hundiéndose en una maraña brutal de madera que se deshacía en su base y se desplomaba, no hasta caer en el suelo sobre el que se había levantado, sino aún más, hundiéndose torre y ariete y arqueros y escorpiones y auxiliares y legionarios en las profundidades de un inabarcable agujero que lo engullía absolutamente todo, como si el dios Vulcano hubiera decidido emerger a la superficie de la tierra por aquel punto y todo a su alrededor se deshiciera en un océano de astillas, gritos y sangre.

La parte central de la obra es monopolizada por el ascenso al poder de Domiciano, a costa de dejar morir a su hermano Tito, y el progresivo desarrollo de su demencia durante su reinado. El paso de las páginas muestra su carácter calculador, sanguinario y profundamente maniaco que sumiría en la completa ruina al pueblo romano. Su victoria en la frontera del Rin, a causa del fortuito deshielo de sus aguas, elevaría su consideración hasta Dominus et Deus, lo cual avivaría la conspiración contra su persona. Su relación con Domicia Longina, su mujer, con la que concebiría un hijo que después dejaría morir, deja entrever la cúspide de su crueldad, tal y como ilustran sus palabras:

Sé que para ti la vida es ahora sólo sufrimiento: tu padre muerto, tu madre muerta, tu hermana muerta, tu antiguo marido muerto, Tito recién fallecido y tu hijo muerto también. No tienes nada ni nadie por lo que vivir, por eso quiero que vivas, pero en condiciones en las que ni puedas matarte ni puedas volver a humillarme. Sólo quiero que vivas, que sufras, que maldigas cada nuevo amanecer”.

Fuera de los vaivenes de la capital, la obra nos acerca a la infancia de Trajano en Itálica, la esmerada educación en cuestiones políticas y militares que recibió de su padre –senador de Roma y gobernador de provincias–, su homosexualidad, su destreza para salvar conspiraciones, la admiración por parte de sus ejércitos y un infatigable sentido de la fidelidad y del trabajo. Resulta clarividente la posición impasible que Trajano adopta al enterarse de la muerte de Nerva, efímero sucesor de Domiciano.

Allí, envuelto en una maraña de ingenieros, arquitectos y oficiales, revisando planos expuestos sobre el suelo, estaba su tío, agachado, con las sandalias cubiertas de barro y las manos sucias por haber estado excavando con sus propios dedos para extraer tierra y examinar así el punto por donde era más factible culminar la construcción de los muros que marcaban el fin del mundo. […]
—¿Y bien? —preguntó sin ni siquiera un saludo.
Había sido interrumpido en su trabajo. Más valía que la causa fuera de suficiente importancia. […]
—Nerva ha muerto, tío —dijo con satisfacción Adriano—. Eres el emperador de Roma, Imperator Caesar. Nerva ha muerto —repitió Adriano ante la aparente indiferencia o frialdad, no sabía bien de qué se trataba, de su tío.
Trajano pidió una sella que trajeron con rapidez y el legatus, gobernador, senador y César se sentó. Sólo entonces, después de cruzar su mirada con los ojos muy abiertos de Longino y Quieto, que se encontraban a su lado y que estaban asimilando aquel mensaje, se dirigió Trajano a su sobrino.
—Nerva fue un buen emperador; el Senado le deificará pronto. Estás hablando de un dios, sobrino, de un dios. Deberías mostrar más respeto”.
Además, Los Asesinos Del Emperador no escatima esfuerzos en escenas sobrecogedoras, imágenes cruentas y tibias pinceladas de erotismo. A destacar el martirio sufrido por San Juan, siendo éste introducido en una balsa de aceite hirviendo; las luchas a muerte entre gladiadores; o la siguiente, en la que dos prostitutas tienen sexo con un león:
—Ponte a cuatro patas y quédate quieta. Es tu única oportunidad —le dijo con una voz oscura como la noche. La muchacha, aterrada, temblando, obedeció sin saber qué otra cosa podía hacer. Seguía atada por las piernas y no podía huir.
[…]El león se acercó a la muchacha que estaba a cuatro patas y empezó a olerla. Su miembro se excitaba cada vez más. Carpophorus había cogido la antorcha y se alejaba unos pasos. El público, enfervorecido, entusiasmado por el interés sexual del animal por la joven, empezó a aclamar al bestiarius, que miró de nuevo al podio imperial y comprobó que el mismísimo emperador estaba absorto por el espectáculo. Todo estaba saliendo mejor de lo que esperaba. En ese momento la fiera, incapaz de satisfacer su ansia con la pequeña joven, sintió quizá que debía hacer lo que hacía con las leonas en la selva y mordió a la muchacha por el cabello en un intento por sujetarla. El mordisco fue brutal y la joven, incluso amordazada, desgarró el anfiteatro con el más horrible de los gritos ahogados que se hubiera oído allí en mucho tiempo. La fiera, con una fuerza brutal, zarandeó el cuerpo de la muchacha que, con los ojos en blanco, agonizaba ya musitando sólo gemidos de horror.”.

En su narración, Posteguillo esboza un estilo sencillo, con fórmulas automáticas y en ciertos pasajes simplonas. Es claro que el verdadero interés de la obra es su historia, reforzada por su meritoria estructura, pero esta  capitulación ante la escritura resta brillantez y dinamismo. Por otro lado, el narrador se muestra excesivamente celoso y guía a la hora de enlazar argumentos, clarificando detalles evidentes. Como contrapunto, despunta la labor en los diálogos que resultan muy cercanos y directos.


De esta forma, por la solidez y amplitud de su entramado, Los Asesinos Del Emperador es una obra apropiada para introducirse en un período trepidante que ha sido sistemáticamente obviado. Eso sí, no busquen en él una reinvención de la literatura si no quieren llevarse una decepción. Y ármense de paciencia: no es una obra apta para personas que sufren dolores de espalda.



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Ficha Técnica:
Título: Los Asesinos Del Emperador.
Autor: Santiago Posteguillo.
Páginas: 1185.
Editado por: Planeta.
Año de publicación: 2013.
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