El pasado verano tuve la suerte de conocer Serbia. Además de
saborear la Šopska y el čevapčiči, congratularme con paseos a través de sus
parajes virginales, me atrapó la fascinante historia de los Balcanes, presente
en su arquitectura y el carácter de su gente. Tal grado de complejidad y una
heterogénea influencia de culturas requería cierta profundización. Como primera
referencia, emprendí la lectura de Un puente sobre el Drina de Ivo Andrić, premio Nobel de Literatura
en 1961.
La extensa obra se desarrolla en el pueblo de Višegrad, en la
frontera que el río Drina traza entre Bosnia y Serbia. Durante el período
otomano, asistimos a la construcción de un puente que pretendía hacer de nexo
de unión entre Sarajevo y el resto del Imperio turco. La ascendencia y
posterior dominación austriaca desencadena una etapa de prosperidad, a pesar de
avivar paulatinamente las tensiones entre ortodoxos y musulmanes. Finalmente,
las distensiones sociales cristalizan en la completa destrucción del puente
durante los primeros compases de la I Guerra Mundial.
Tensiones que, aun no ser descritas en tiempo por la obra, serían
el detonante de las sucesivas guerras que asolaron los Balcanes durante el
Siglo XX. A través de las aventuras y desencuentros de sus variopintos protagonistas,
la soberbia humana queda retratada como origen y combustible de todos los
conflictos. Un libro que, a pesar de la lejanía de los hechos que relata, no
debería catalogarse como superado.