He
de confesar que no acostumbro a leer novelas de autores noveles. El tiempo
escaso, la rudimentaria experiencia y el inabarcable tamaño de la biblioteca
universal me conduce a un sendero de novelistas consagrados. Sin embargo, con El Espejo de Ricardo Zamorano hice una gustosa excepción, motivada en buena
parte por ser agraciado con una copia física mediante sorteo.