Camaradas
de letras del mundo, ¡uníos y luchad! No temáis si alguna vez sois
infravalorados, no os disculpéis por vuestra loable condición, no penséis que
vuestra formación está agujereada o que sois menos capaces que otros. No
tengáis miedo, no estáis solos en esta lucha. Somos la mayoría y tenemos la
razón olvidada en un rincón. A expensas de gritarlo a los cuatro vientos,
recibiremos la merecida rendición universal. Nuestra revolución empieza por
asumir el hecho, que no por tópico, adolece de credibilidad: no somos de
ciencias, somos de letras y estamos injustamente subestimados. Sirva mi humilde
caso como una sólida e irrefutable muestra de reafirmación colectiva.
Tuve claro que nunca sería de ciencias desde el momento en que
oí aquella misma frase pronunciada por unos labios sinceros. Entonces, una
especial conexión sacudió mi cuerpo y vi reflejado el estatus que el destino me
había reservado. Recuerdo haber vivido aquel pasaje a una edad tan temprana que
no descarto la posibilidad de que constituyera una experiencia non nata. De esta forma, estoy seguro de
que mi tortuosa relación con la aritmética y mi amor por la palabra colmó las
células progenitoras que me alumbraron, siendo éste un carácter en mí irreducible.
Entendiendo que las teorías del destino puedan dar lugar a controversia, he trazado
una sólida argumentación que prueba mi predisposición como una combinación de
circunstancias externas e imposible de revertir. Tal es su grado de exactitud
que podría acomplejar a las más sólidas teorías de la geometría, álgebra o a la
mismísima relatividad.