2 de abril de 2016

De Viaje Por Los Países Socialistas – Gabriel García Márquez

Con las cenizas de la guerra aún candentes y las costuras de la sociedad remachadas por agujas de hierro, en los países del este europeo se asienta el socialismo como eje económico y político. Aunque el Pacto de Varsovia de 1955 y la asunción del enemigo capitalista parecen actuar como un pegamento efectivo, la doctrina descendiente de Engels y Marx, y reinterpretada por figuras como Lenin o Stalin, se aplica de una forma completamente dispar. De forma natural  y a través de una mirada transparenteDe Viaje Por Los Países Socialistas realiza una retrospectiva periodística a pie de calle que nos transporta desde la Alemania Oriental a la URSS, pasando por Polonia, Hungría o Checoslovaquia de finales de la década de los cincuenta. En él topamos con un joven redactor de la revista colombiana Cromos, Gabriel García Márquez, cercano en el tono de escritura y elocuente en los detalles seleccionados.


No es De Viaje Por Los Países Socialistas una de las obras más populares del premio Nobel, de hecho cuesta encontrarla entre sus bibliografías más extendidas. Sin lugar a dudas, la faceta de cronista, ensayista y reportero permanecerá siempre eclipsada por la de novelista, celebrada con obras de la talla de El Coronel No tiene Quien Le Escriba (1961), Cien Años De Soledad (1967) o Crónica De Una Muerte Anunciada (1981). Cabe destacar que De Viaje Por Los Países Socialistanarra los sucesivos viajes de Gabo a los países del Bloque del Este mientras residía en París, siendo legalmente publicada en 1978. A pesar de ser conocida la simpatía del escritor colombiano por las ideas de izquierda, declarándose en algún momento de su vida socialista, es justamente en estos viajes cuando experimenta un desencanto con la labor soviética respecto a su discutible interpretación, con Sudamérica como interesante contrapunto.

Pese al pequeño impacto de la obra, más allá de descubrir nuevos pasajes de la vida y recovecos del pensamiento del genio, es curiosa la relevancia adquirida en los últimos tiempos, así como los imaginativos paralelismos que sobre él se intentan trazar. Sin ir más lejos, la esposa de Leopoldo López –preso y disidente venezolano– declaraba recientemente en una entrevista promocional que leyendo De Viaje Por Los Países Socialistas veía la realidad actual de Venezuela. Pudiera no ser descabellado pensar que García Márquez olvidó mencionar la victoria del Partido Comunista en las últimas elecciones libres de la Federación Rusa; que la editorial censurase el capítulo dedicado a la escasez de alimentos en Polonia o que los pulcros medios de comunicación de hoy en día hayan obviado informar de la gulag venezolana o de la capacidad armamentística de su ejército y la potencialidad desaprovechada de su industria. Pudiera no ser descabellado. Fuera de interpretaciones partidistas y ciencia ficción de garrafón, en cada país visitado se hace patente la asfixia del individuo a través de la propaganda y la represión y el incontrolable aislamiento internacional que finalmente haría saltar por los aires la ilusión comunista.

El viaje comienza en Alemania, donde se constata la brutal división entre la parte Oriental y la Occidental, representando Berlín el verdadero paradigma. A ambos lados del muro los gobiernos respectivos se afanan en proyectar una imagen sólida ante el vecino rival, quedando fuera del plástico una sociedad llena de cicatrices y la semilla de una desafección progresiva.
Yo creo humildemente que es una ciudad falsa. Los turistas norteamericanos la invaden en verano, se asoman al mundo socialista, y aprovechan la oportunidad para comprar en Berlín Occidental artículos importados de los Estados Unidos que allí son más baratos que en Nueva York. Uno no se explica cómo puede sostenerse un hotel tan bueno como los mejores de los Estados Unidos, con piezas modernas, televisión, cuarto de baño y teléfono por cuatro marcos diarios, es decir, un dólar. En la congestión del tránsito no hay un automóvil que no sea de último modelo. Los anuncios de los almacenes, la propaganda, la carta en los restaurantes, están escritos en inglés. En el territorio de Alemania Occidental hay cinco emisoras donde nunca se ha transmitido una palabra en alemán. Cuando uno advierte todo eso y piensa además que Berlín Occidental es un islote enclavado en la cortina de hierro, que no tiene relaciones comerciales a 500 kilómetros a la redonda, que no es un centro industrial considerable, que el intercambio con el mundo occidental se hace en aviones que aterrizan y decolan en el aeródromo situado en el centro de la ciudad, a un ritmo de un avión cada dos minutos, uno está obligado a pensar que Berlín Occidental es una enorme agencia de propaganda capitalista. Su empuje no corresponde a la realidad económica. En cada detalle se advierte el deliberado propósito de ofrecer una apariencia de prosperidad fabulosa, de desconcertar a la Alemania Oriental que contempla el espectáculo con la boca abierta por el ojo de la cerradura”.
Sobrevuela en toda la obra, aunque en particular en la parte germana, la sombra de la falta de competitividad industrial como consecuencia del paternalismo económico por parte del Estado. Además, como curiosidad, García Márquez profetiza lo que a finales de los años ochenta daría como resultado la unificación de los dos estados. Por su parte, en Checoslovaquia el lector es partícipe de la honestidad de su pueblo, la distancia de los ciudadanos hacia las esferas políticas y su apertura social y económica al resto de países capitalistas.
La gente reacciona en Praga como en cualquier país capitalista: Esto -que podría parecer una tontería- es interesante, pues en la Unión Soviética reaccionan de otra manera. En Praga y en Moscú hicimos la prueba del reloj. Es sencilla: Franco y yo adelantamos nuestros relojes en una hora, subimos a un tranvía y viajamos de pie, agarrados a la barra, de manera que nuestros relojes fueron perfectamente visibles. Un hombre -50 años, gordo, nervioso- nos miró con un aire de aburrimiento. De pronto miró mi reloj: las 12.30. Se sobresaltó. Con un gesto mecánico levantó el puño de su camisa y leyó la hora en su reloj: las 11.30. Se acercó el reloj al oído, comprobó que estaba andando, pero sus ojos ansiosos, desolados, buscaron en torno suyo el reloj más cercano y se encontraron con el de Franco. También allí eran las 12.30. Entonces se abrió paso con los codos, descendió antes de que el tranvía se detuviera y se perdió a saltitos entre la multitud. En París y en Roma la reacción es la misma”.

Mientras tanto, en Polonia cohabitan en aparente calma el catolicismo y el socialismo soportados por el prestigio de las figuras del presidente Gomulka y el cardenal Vyszynsky, quienes trazaron un camino de odio hacia todo lo que tuviera olor a soviético en pos de su independencia. Despunta la influencia cultural y política de Francia un factor acelerador del proceso, que tiene en los estudiantes universitarios su mayor baluarte.
Ni siquiera en la Unión Soviética –donde el empuje de la juventud es indiscutible– se advierte una ebullición juvenil más intensa que en Polonia. Es superior o por lo menos más histérica que en cualquier país de Europa Occidental. Al contrario de lo que sucede en Checoeslovaquia, los estudiantes polacos tienen una participación activa en la política. Todos los periódicos y revistas estudiantiles -desde cuando subió Gomulka está saliendo uno nuevo cada mes- intervienen directamente en las cosas del gobierno. La Universidad es un barril de pólvora. La situación había llegado a tal extremo que el periódico "Po Prostu" fue clausurado por el gobierno. Fue un golpe moral para el estudiantado que está aprovechando su luna de miel con la libertad de prensa para disparar por todos lados. La medida ha dado origen a violentas manifestaciones públicas”.

Sorprendentemente, el aspecto social y burocrático de aquella Polonia de hace sesenta años, a caballo entre la desconfianza y la oscuridad, no dista mucho de la actual. En la URSS, García Márquez comprueba la amabilidad de sus habitantes, la fuerte presencia espiritual y física de un recién fallecido Stalin, la censura a gran parte de los intelectuales, la falta de mano de obra y, por tanto, la consecuente inexistencia de desempleo. Además, la crónica da cuenta de la vanguardia de la industria soviética penalizada por su aislamiento tecnológico y su falta de perspectiva social, en otra de las críticas al modelo soviético.
La explicación parece radicar en que la Unión Soviética, en 40 años de revolución, decidió dedicar todos sus esfuerzos, toda su potencia de trabajo, al desarrollo de la industria pesada, sin prestar mayor atención a los artículos de consumo. Así se entiende que hayan sido los primeros en lanzar al comercio de la navegación aérea internacional el avión más grande del mundo, mientras la población tiene problemas de zapatos. Los soviéticos que se esforzaban por hacernos entender estas cosas, hacían un énfasis especial en el hecho de que aquel programa de industrialización en grande escala había sufrido un accidente colosal: la guerra. […]
No cabe duda de que el esfuerzo nacional exigido por esta enorme aventura del género humano, tuvo que pagarlo una sola generación, primero en las jornadas revolucionarias, después en la guerra y por último en la reconstrucción. Es ese uno de los cargos más duros que se hacen contra Stalin, a quien se le considera como un gobernante despiadado, sin sensibilidad humana, que sacrificó una generación entera en la construcción apresurada del socialismo. Para impedir que la propaganda occidental llegara a los oídos de sus compatriotas, cerró por dentro las puertas del país, forzó el proceso, y logró un salto histórico que tal vez no tenga precedentes. Las nuevas generaciones, que indudablemente empiezan a madurarse con un sentimiento de revuelta, pueden ahora darse el lujo de protestar de sus zapatos”.

Por último, De Viaje Por Los Países Socialistas se detiene en Budapest, con el recuerdo muy vivo de la insurrección húngara contra el gobierno, duramente reprimido por el régimen de Kadar con ayuda de las tropas soviéticas. Precisamente, García Márquez tiene la oportunidad de escuchar in situ un discurso del líder húngaro en el que se sincera ante la impopularidad de su mandato. El panorama social es desolador. Contradictoriamente a las ideas socialistas, las colas para comprar lotería son mayores que las del pan; la mayoría de trabajadores están armados; la tensión se podría cortar con un cuchillo; y las detenciones, el miedo y el forzoso silencio son las únicas armas que sostienen el régimen. En los últimos albores, un recodo a la esperanza.
La noche de nuestra despedida en el comedor del hotel, hablando con un dirigente comunista de la forma cruda y destapada en que pensaba escribir este reportaje, él se sintió un poco desconcertado, pero luego reflexionó.
–Eso nos ocasionará un grave perjuicio, –dijo–. Pero tal vez nos ayude a bajarnos del potro”.


En definitiva, De Viaje Por Los Países Socialistas supone un valioso y ameno retrato, alejado de prejuicios y partidismos, en el que se vislumbra a través de las sombras y en el que las luces no ciegan. Una historia de lo que pudo ser y no fue, con la certeza viva de que la verdad y la razón se diluyen entre la barbarie y la incomprensión; una patada en el estómago al prototipo de diablo rojo que escupe fuego por la boca y, entrelíneas, un toque de atención al amigo azulado que todo lo parece poseer y entender a través del tintineo de sus bolsillos.



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Ficha Técnica:
Título: De Viaje Por Los Países Socialistas.
Autor: Gabriel García Márquez.
Páginas: 160.
Editado por: Oveja Negra.
Año de publicación: 1978.
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