Balbucea
convencido proclamas babosas para camelar a la mayoría. Camina arrastrando la
muerte, parándose a estrechar sus frías y flácidas manos a ancianos y meapilas orgullosos.
Su escuadrón de guardias lo protege inyectando miedo en sus dominios. Vestidos
de inofensivos bufones, sus aduladores recitan odas en la corte capaces de
reblandecer cerebros que le serán servidos como alimento. A excepción de la
habilidad de esconderse y derramar el tiempo, no se le conoce virtud. Carece de
cualquier emoción, sin contar su pasión por ver arrastrarse un mísero balón. Con
humildad confiesa que no sabe nada del pasado, es un muerto y los muertos no
tienen recuerdos, aunque su lengua serpentea la solución a todos los problemas,
incluidos los que carecen de ella.
Cuando cae la noche, el muerto viviente regresa a su hermético
palacio y emite una risotada atronadora que hiela las paredes. Las encuestas son
rotundas: mientras seguís durmiendo plácidamente, el muerto viviente continuará
siendo vuestro presidente.
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