El
viejo régimen había sido derrocado. Las plazas estaban abarrotadas de banderas
que anunciaban el triunfo de la revolución. De las miradas brotaba la ilusión
desvanecida y la sinceridad desbordaba los abrazos y los besos.
Al
día siguiente, la junta revolucionaria promulgó la ansiada reforma: bajo pena
de arresto, quedaba prohibido ser un cobarde que espera la muerte.
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