En la noche del domingo pasado, frente a la sede de un
partido que se define como muy español, una masa excitada de seguidores gritaba "Un bote, dos botes, español el que no bote".
Tras dar cuenta del error de sintaxis, los cánticos se tornaron hacia un
inquietante "A por ellos, oé",
en el cual no quedaba claro a quién querían hacer referencia con ellos. A pocos
kilómetros de distancia, en la sede del partido ganador, el ambiente no difería
mucho. Una multitud contenida de simpatizantes coreaba "Con el de la iglesia sí, con el veleta no",
mientras su líder trataba de acallarlos demostrando, más si cabe, una insólita
pericia por evidenciar su torpeza.
Estos
ejemplos ilustran a la perfección cómo la democracia, al menos en España y
probablemente fuera, ha degenerado hasta convertirse en un espectáculo a la
altura de un partido de fútbol, una carrera de caballos o un combate callejero
entre gallos de pelea. No importa si el debate es acerca de impuestos, empleo, educación,
política territorial o medio ambiente. Lo verdaderamente importante radica en tener
una posición, para la que no se pide coherencia ni profundidad, con el único
objetivo de vencer al rival por aplastamiento si es posible. Los argumentos y
las ideas se reducen a meras soflamas del tamaño de un cántico o un tuit como
máximo.
Mis
sensaciones durante las pasadas elecciones no fueron muy distintas a las de un
Barça–Real Madrid de casi final de liga. Cuando se acercaba el acontecimiento sentí
algún cosquilleo. Después, durante el trascurso del recuento y los análisis, nervios
y emoción. En un par de ocasiones me levanté del sofá para pedir explicaciones
a los tertulianos por haber errado en sus previsiones e incluso llegué a
reclamar el VAR cuando conjeturaban algún pacto imposible. Al final, conocido
el resultado definitivo, sentí cierta alegría. Mi equipo se mantenía con
opciones de entrar en puestos de Champions, mientras que los enemigos se
mantenían fuertes pero alejados de las posiciones de privilegio.
Durante
los días siguientes se sucedieron las predicciones de todos los colores. Los
azules, que habían remontado posiciones, parecían desentenderse de
responsabilidades y arremetían contra el resultado, los árbitros y el sistema. Los
rojos afirmaban que buscarían el título de liga con los morados. A los morados
ya les iba bien así porque era un equipo más humilde, acostumbrado a los campos
de segunda división. En los puestos de descenso estaban los naranjas y por ello
cambiarían a su entrenador. Practicando un juego ruin, rozando los límites del
reglamento, los verdes habían dado la campanada y vislumbraban una formación de
ensueño para la próxima temporada.
Si no hay
sorpresa de última hora en los campos periféricos, es prácticamente un hecho
que los rojos se alzarán con el título. Para algunos, entre los que me podría
incluir, puede ser este un motivo de esperanza, mejora de las condiciones de
vida, reivindicar los valores de justicia e igualdad y convertir este en un
mundo mejor. Otros vaticinan el colapso económico, la destrucción nacional y el
apocalipsis social. Sin embargo, cabe contener la euforia y el pesimismo, para
recordar que, por suerte o por desgracia, también el gobierno está a la altura
de un juego. Al terminar la temporada y repartirse los trofeos, volveremos a
darnos cuenta del pequeño radio de acción de los políticos y su lejanía con
aquellos que los jalean. Algunos darán por perdida la temporada para preparar
la siguiente. Nosotros, los espectadores, continuaremos con nuestra vida,
madrugando para ir a trabajar y expresando nuestros pensamientos en la barra de
algún bar. Y como no podía ser de otra forma, he de terminar estas palabras plagadas
de simplicidades, generalidades y banalidades coreando aquello de “¡A por el bote, oé!”.
¡Qué maravilla de partido! Digo de relato. Me gustó cada una de las faltas, penaltis, injurías, gritos de ¡Arbitro hijo de puta! a no, todo el mundo se toma bien las decisiones del señor del pito... A mi no me da ninguna esperanza que se lleve el título los del equipo rojo. Ojalá el morado hubiera ganado más partidos y el azul... el azul debería haberse descalificado y bajado a segunda... o tercera.
ResponderEliminarUn buen análisis futbolístico. la política es fútbol o el fútbol es política no estoy muy seguro cómo iba el tema... Gran relato.