En la noche del domingo pasado, frente a la sede de un
partido que se define como muy español, una masa excitada de seguidores gritaba "Un bote, dos botes, español el que no bote".
Tras dar cuenta del error de sintaxis, los cánticos se tornaron hacia un
inquietante "A por ellos, oé",
en el cual no quedaba claro a quién querían hacer referencia con ellos. A pocos
kilómetros de distancia, en la sede del partido ganador, el ambiente no difería
mucho. Una multitud contenida de simpatizantes coreaba "Con el de la iglesia sí, con el veleta no",
mientras su líder trataba de acallarlos demostrando, más si cabe, una insólita
pericia por evidenciar su torpeza.
Relatos empolvados, infames bocachancladas y reseña literaria por Rafalé Guadalmedina.
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17 de noviembre de 2019
31 de enero de 2016
La Abolición De La Autocrítica
Cada
día que pasa se hace más evidente un secreto diabólico: la R.A.E. ha borrado de
su diccionario la palabra autocrítica. Según sus miembros, la institución, que “tiene como misión principal velar por que
los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las
necesidades de sus hablantes”, ha procedido a eliminar el término al haber
quedado en desuso. Fuera del debate de si es o no una buena decisión a nivel
lingüístico por aquello de conservar la identidad y riqueza del idioma, lo
cierto es que la supresión de la autocrítica supone un alivio para una gran
parte de la ciudadanía, independientemente de su condición social. De esta
forma, no sólo se permite, sino que está bien visto afilar el morro sin ningún
tipo de pudor para disparar dardos dialécticos contra todo y todos.
Aunque existe un despreciable riesgo de molestar a otras
personas con reproches bienintencionados, infundios sin malicia o cariñosos insultos,
no hay que perder de vista que todos los cambios se hacen para bien y éste no
podía ser menos. Metiendo el dedo en el ojo de los demás, señalando sus
errores, cuestionando decisiones sensibles, conseguimos disimular las miserias
propias, ventilar la mierda del de enfrente para que la nuestra parezca eau de rochas y lo mejor de todo: pasar
por seres pluscuamperfectos que nunca se equivocan, que fueron tocados por una
varita divina en algún momento de sus ejemplares vidas y que aguardan turno
para la beatificación o ascender al mismísimo Olimpo.
17 de enero de 2016
El No Porque No
Como
símbolo de cambio y ondeada por brisas de aire fresco, se alza la bandera del
diálogo y la pedagogía. Son estos los pilares sobre los que se asienta un nuevo
período, un período de prosperidad e ilusión que, se espera, enterrará las desavenencias
y los errores pasados. Los que ensalzan este talante afirman que resulta enriquecedor
el intercambio de ideas y argumentarlas con rigor, ser profundo a la vez que conciso
y tratar, en la medida de lo posible, de cimentar un criterio coherente. Para
dar validez a los juicios emitidos, emerge la valía de la información objetiva
y contrastada por fuentes fiables, no dejarse engatusar por titulares
tendenciosos y ajustar el tono y las formas a lo políticamente correcto, al
sosiego y al respeto.
Por si esto no fuera suficiente, es imprescindible atender a
opiniones diferenciadas con una actitud abierta y empática. No basta mostrar
cierto interés por las posiciones ajenas, asintiendo repetidamente en silencio
con una sonrisa cortés a la espera del turno de réplica; sino que también hay
que interiorizar las nuevas opiniones por disparatadas que estas sean,
confrontarlas a las nuestras con espíritu crítico en pos de encontrar el camino
de la verdad y la razón. Un camino del que los más optimistas del lugar,
rozando la utopía, se atreven a describir como el único posible para alcanzar
el sueño de la libertad.
Pues bien, a todos los creyentes de esas teorías y a los que
pretenden convertirse a ellas para adaptarse a los nuevos tiempos, ya sea por
inercia, aburrimiento o placer, he de advertirles con toda la humildad que me
contempla, el respeto que siento por sus convicciones y el noble sentimiento de
justicia moral que me embriaga, que son ustedes unos meros ilusos, que no
tienen ni pajolera idea de nada, que sus cándidas intenciones han sido
prostituidas para engañarles vilmente. Además, sin ánimo de ofender, les
aconsejaría que se arrodillasen ante mí y que abrazaran la doctrina verdadera y
el único camino a la felicidad y el bienestar individual: el no porque no.
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