Siempre tuvo el mismo proceder: cuando tenía uno, quería otro y al tener ambos, deseaba otros tantos. Un día creyó tener tal cantidad inabarcable que fijó su anhelo en hacerse dueño del infinito. Aunque el gremio de expertos en aritmética y la cuadrilla de ambiciosos sin alma le advirtieron de los insalvables obstáculos teóricos y prácticos, no paró hasta conseguir su propósito.
Orgulloso de su hazaña, creía ver bajo su control un ente ilimitado que jamás nadie había ostentado. Mientras aún aspira a incrementar la ilusión despedazada, hace tiempo que en sus dominios sólo crece la infinita nada.